Almorzando en La Grande Abbuffata
Mientras estuve internado en el hospital, ella bajaba y bajaba. Primero había estado en Florencia, luego en Roma, más tarde en Nápoles y al salir del hospital me llama desde Catanzaro. Me dice que todo aquel mes había soñado cosas terribles. Siempre referidas a la Patagonia. Soñado con naufragios. Aviones cayéndose al mar. Gente huyendo hacia los cerros. Ventisqueros que avanzaban vertiginosos destruyendo todo a su paso. Que una noche había soñado conmigo pidiendo auxilio, no me veía, solo escuchaba mi grito desesperado. Esta mujer me ama pensaba mientras la escuchaba. Eso se llama estar en sintonía con el ser amado. Almas gemelas. Es que esas cosas pasan. Ella sin saber de mí allá lejos. Cortada toda vía de comunicación, algo le decía que yo no pasaba por un buen momento. Presentía lo que me habría de pasar. Mientras la escuchaba fui sintiendo una paz inmensa. Mucho amor. Muchísimo amor. Sonreía satisfecho. El amor todo lo puede, no hay distancias ni barreras que impidan que dos seres que se aman, puedan estar tan indisolublemente conectados. Luego me dijo que estando en Catanzaro, el día anterior, mientras almorzaba en La Grande Abbuffata, se había enterado del incendio que destruyó miles de hectáreas en el Parque Nacional Torres del Paine, en la Patagonia, cerca de casa. ¡He ahí mis sueños Hugo! Le digo: ¡Muérete puerca asquerosa! Le corto.
comentarios:
18:30
Se echaban de menos estas historias.
E hizo usted bien en darle largas a la cenizo esa, con la vidorra que se estaba pegando.
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