¿Puedo confesar que me gustaba Raphael? Bueno sí. Me gustaba Raphael de España. Además lo imitaba en el espejo del baño. En el espejo amarillo del baño. El mejor imitador del mundo de Raphael era yo. En aquel tiempo tenía un amigo que se llamaba Auerelio. Estudiábamos en el mismo colegio, en el mismo curso. A los dos nos gustaba Raphael. Lo escuchábamos en un viejo tocadiscos en la casa de su prima. No cualquiera tenía un tocadiscos en aquella época. Eso era cosa de potentados. Un día me dice Aurelio que una prima de Punta Arenas, otra prima, le enviaba el último disco de Raphael. Que tendríamos que ir a Buses Fernández a retirarlo. En verdad nos volvimos locos. Realmente locos. No dábamos abasto de la excitación. En verdad no nos controlábamos. Ansiosos. Estuvimos allí dos horas antes esperando la gema. El último disco de Raphael. Al llegar el disco corrimos a la casa de la prima, desenvolvimos la perla y escuchamos durante dos horas el disco. Arrobados, extasiados, maravillados. Luego, como ocurre siempre, la vida nos separó. Aurelio se fue a una escuela militar, yo me fui a vagar por ahí. Una sola vez tuve noticias de él. Alguien me contó que era integrante del Servicio de Inteligencia Militar. Un esbirro más del dictador Pinochet. Que trabajaba en Punta Arenas. De ahí, ninguna noticia. Hasta ayer, cuarenta años después. Lo encontré en Chiloé con Avenida Colón en Punta Arenas, viene hacía mí y me abraza. Mientras me abraza mira para todos lados si alguien ve nuestro abrazo. Yo hago lo mismo.