Llegó mas temprano que de costumbre al trabajo, era un bello día de invierno, estaba aún oscuro y había nevado en Connecticutt, tocó el timbre a la espera que el guardia abriera la reja, ingresó tambaleando para evitar resbalarse con la escarcha.
Se lo encontró en el hall, le sorprendieron sus recriminaciones por no haber levantado el periódico que el suplementero había dejado en la entrada, se disculpó con que no lo había visto.
-Eres un inútil, una mierda, Ron, no mereces trabajar aquí-
-Y usted no lo vio- le preguntó.
-Sí, le dijo, él.
-¿Y por qué no lo recogió?-
-No es mi función- le contestó.

Pensó en matarle, podría hacerlo, el guardia se había retirado y estaban todavía solos, subiría corriendo las escaleras y lo esperaría a la salida del ascensor, lo lanzaría por el segundo piso, de seguro moriría, su añoso cuerpo frágil y escuálido no resistiría el impacto de la caída. Tenía una coartada, diría que se le insinuó, que trató de besarle y tocarle el miembro, existían pruebas de sus aficiones sodomíticas, mas de una vez cuando ingresó a la oficina de la jefatura de procesos lo sorprendió mirando en el computador de la empresa páginas triple x de travestis con penes descomunales, nunca lo comentaron, pero ambos eran conscientes que el otro lo sabía. Estaban los archivos en el disco duro y no podrían juzgarlo.

Se asombró por tener tales pensamientos, sonrió, suficiente castigo era para el viejo llevar esa humanidad a cuestas.

Ilustración de Facundo Mazzeo