Recuerdo la época en que yo era poeta. Andaba por ahí de fiestas. Con la melena al viento y la boina del Ché. Gastando mis zapatos de gamuza. Citando a Reverdy y a Huidobro. Todas las estrellitas se abrían de piernas. El mundo era pequeño y cabía en mi bragueta. Era un insolente de mierda. Incordiaba en los bares y en los buses de corta distancia. Hacia versos para encandilar lagartos. La vida no pasaba. Era un engendro juvenil decadente. Me llevaba la vida por delante. Y por detrás. Me inyectaba sopa de colibrí. Fumaba tabaco de jengibre. Me vestía con una chaqueta de amianto. Tomaba una botella de whisky combinado con estragón. Es que la vida no pasaba. La vida no pasaba. Me refugiaba en penumbras somnolientas. Visitaba bares despreciables. Establecía contacto con putas paquidérmicas. Violaba el amanecer con violentos vómitos de desprecio. Cada viernes era un infierno. Daba golpes al vacío. Manotazos de ahogado. Llegaba a casa y al despertar, mi madre me daba un beso en la frente.

Imagen de Facundo Mazzeo.