El ratón Pérez

El ratón Pérez

Para Ada Valeria.

Cuando era pequeño mi vida era magnífica. Mis padres estaban separados y aquello era francamente maravilloso. No hay nada mejor para un niño pequeño y listo que sus padres estén separados. De lunes a viernes me agasajaba mi padre. Del viernes por la tarde hasta la noche del domingo mi madre. Mi padre era poeta o decía que lo era. Usaba una boina negra, un perramus del mismo color que le llegaba hasta los tobillos. Siempre salía a la calle con un libro bajo el brazo. Llegaban amigos a casa y le preguntaban: cómo le va poeta. Pero en verdad nunca le vi escribir un puto verso.

Recuerdo una época en que escuchaba constantemente La Oreja de Van Gogh. Me decía que lo escuchaba para inspirarse. Cuando tocaban el timbre de casa y llegaba algún amigo, sacaba la música que lo inspiraba y ponía a Thelonious Monk. Entonces decía a sus amigos que Thelonious le inspiraba. Yo creo que a mi padre sólo le inspiraba una o dos botellas de vino tinto. Eso en el supuesto caso de que a mi padre algo le inspirase.

Mi madre era una militante feminista de izquierda que hacía clases en un colegio de monjas. Le gustaba el caviar, también el vino tinto y Frida Kahlo. En fines de semana se contactaba con amigas con los espíritus de poetas de la costa este de Estados Unidos. Aquello lo hacía a través de la Ouija.Un tablero con letras y números que se supone que se mueven a entera voluntad enigmática. Recuerdo una vez, mientras las letras se desplazaban alocadas, que un poeta, no recuerdo cuál, le dijo algo así como: dale leche de burra a tu volumen. Esas clases de tonterías que mi madre creía una señal clara del destino. Un día estando en casa de mi madre se me cayó un diente. En casa de mi padre y según la tradición, era sinónimo de dinero bajo mi almohada. Yo pensaba que en casa de mi madre sería lo mismo. Por lo tanto puse mi diente bajo mi almohada y al despertar no encontré nada. Y en aquel momento comenzó mi búsqueda. En la alacena nada. En la cartera de mamá nada. En el baño nada. Removí algunas cajas y no encontré nada. Fui al segundo piso y sobre un libro de Simone de Beauvoir, La mujer rota, encontré 10 mil pesos. Un dineral. Lo tomé y fui donde mi madre que dormía y le pregunté si el ratoncito Pérez me había dejado plata en un libro, mi madre sin despertarse farfulló que sí. Fui al almacén de la esquina y compré tres cajas de chocolates. Invité a mis amigos y fui el chico más querido de mi calle. Cuando llegué a casa, al mediodía, mi madre me preguntó por el dinero que estaba encima del libro. Le conté lo del ratón Pérez. Se enojó muchísimo y me dio un chirlo. Me dijo: niño estúpido, el ratón Pérez no existe. Me lo dijo y una sonrisa de hada malvada se dibujo en su rostro trasnochado de tanta Ouija. Le dije que ya lo sabía. Que sabía que el Ratón Pérez no existía. Que aquello no me afectaba en lo más mínimo. Luego arremetió con furia cruel de mujer cruel. Me dijo: y sabes acaso que tu padre no es tu padre. Le dije que tampoco me importaba. Cómo me iba a importar un padre que escuchaba todo el tiempo La Oreja de Van Gogh. Sólo me importaba el chocolate y mis amigos.

Creo que mi padre publicó un libro que nadie leyó. Mi madre me llamó hoy diciéndome que el domingo llega desde Cincinnati.

3 comentarios:

Anónimo dijo...
16:44
 

A mi nunca me dejaron plata por mis dientes, imagino o quiero pensar que era porque a mi madre no le importaba, ni los suyos. Esto de la higiene bucal!!! Pero a mi hermana la llevaron a Parenas y le hcieron todo un tratamiento para que tuviera buena dentadura. Estaba Aylwin en aquella época, en mi época estaba Pinochet, mmm, quizas deba echarle la culpa a la dictadura de la mierda de dientes que tengo. En fin, muy buen texto.
Aplausos y abrazos.

Anónimo dijo...
07:58
 

Me gustó mucho tu cuento de hoy. Es muy bueno. Un beso. Anxos.

Un beso Anxos.