El campeonato mundial de patitos en el agua

El campeonato mundial de patitos en el agua

Por Ramón Díaz Eterovic

Punta Arenas y el Estrecho de Magallanes, al fondo Tierra del Fuego.
No es una disciplina olímpica y hasta donde sé, la primera y única disputa del campeonato mundial de patitos en el agua se realizó a orillas del Estrecho de Magallanes, una mañana de hace muchos años atrás, entre el poeta natalino Hugo Vera Miranda y un puntarenense cuyo nombre se extravió en el tiempo. Hacer patitos en el agua es una disciplina que practicábamos los niños magallánicos que vivíamos cerca del mar y básicamente consiste en recoger piedras planas y tirarlas sobre la superficie del agua, procurando que dé el máximo de rebotes posibles antes de irse irremediablemente a las profundidades. Hay que tener técnica y algo de fuerza para combatir los embates del viento. Y mucha práctica, fruto de largas horas frente al mar imaginando los secretos que se ocultan en sus abismos sumergidos y en la posibilidad de que de un momento a otro aparezca en el horizonte un galeón tripulado por piratas o corsarios, como los muchos que en su momento cruzaron el Estrecho de Magallanes en busca de riquezas y honores.

La noche previa al campeonato de patitos en el agua tuvo el nervio que suele vivirse en la antesala de las grandes justas. Pronósticos, evaluaciones de las capacidades de los contendores y una cuota de suspenso acerca del estado en que llegarían los rivales que en las horas previas al desafío se empeñaban en afirmar el pulso en un recorrido por los bares puntarenenses. Los hinchas estaban divididos, pero la mayoría apostaba a la experiencia de Vera, una manera solapada de hacer presente que el natalino superaba en varios años a su rival, cuya única ventaja era competir de local, frente a un mar que conocía desde la infancia.

Apenas el sol emergió con su rostro de dios omnipotente, los contendores, acompañados de sus respectivas barras, se encaminaron con paso festivo hasta la playa Colón. Los rivales parecían tranquilos, pero seguramente, en sus pensamientos, pasaban una y otra vez las imágenes de viejas competencias. Nadie en su sano juicio podía anticipar el resultado.

Una vez frente al mar, ocuparon algunos minutos en estirar los brazos y practicar sus tiros, sin exigirse mucho ni mostrando mucho talento. El gran arte estaba reservado para la competencia. A esa hora ya se habían sumado otros espectadores, y hasta un periodista trasnochado que intentaba obtener declaraciones de los competidores. Después vino la etapa de búsqueda y selección de las piedras. Trabajo que los rivales hicieron muy concentrados y que fue seguido por un silencio de cementerio. Nadie se atrevió a decir nada y hasta el viento de la mañana aquietó su intensidad. A lo lejos, en el horizonte, se perfilaba la silueta de la Isla Tierra del Fuego, y algo más cerca, el lento aleteo de las palomas que se iban congregando para presenciar la competencia pactada a tres rondas de diez lanzamientos.

La primera ronda fue floja y el puntarenense la ganó por una pequeña diferencia. El natalino parecía adormilado o tal vez aún retenía en sus pupilas la imagen de una rubia que había coqueteado con él durante la noche de vigilia. Sin embargo, para la segunda ronda pareció despertar y ganó con holgura. Era lo que todos los espectadores aguardaban: un final de mete y ponga, como solían decir los relatores deportivos; poetas todos ellos a la hora de inventar metáforas y transformar cualquier competencia, aún la más insignificante, en una repetición de la guerra de Troya.

La ronda final fue pareja hasta el penúltimo lanzamiento. La última piedra del natalino saltó sobre el agua como una danzarina de ballet. El puntarenense no dudó en que podía superarlo. Observó la piedra, luego el mar, y en su concentración no se percató de la carrera que emprendía un quiltro negro hasta llegar a su lado y enredarse entre sus piernas. La piedra fue a dar a pocos metros de la orilla. Los hinchas del natalino lo vitorearon con entusiasmo, y los del puntarenense se preguntaron entre ellos por el bar más cercano a donde ir a beber la primera cerveza del día.

Hasta donde sé, nunca más se volvió a disputar el campeonato mundial de patitos en el agua.

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