Luis Sepúlveda: Lugares comunes

Luis Sepúlveda: Lugares comunes




Son la maldición del idioma desde su cómoda posición de eufemismos para disimular ignorancias mayúsculas. Me explico: hace un par de días seguía con atención un programa de radio, en él, un conocido y brillante periodista consultaba a un colega que informaba "in situ" de los preparativos de la boda real. En un momento, el comunicador consultado, se refirió a la ausencia de facilidades para los minusválidos que tienen muchas aceras de Madrid, y para ocultar su ignorancia de normativas españolas y europeas que exigen tales facilidades, ergo leyes que deben ser cumplidas, prefirió referirse a esas aceras con un "vamos, tercermundistas". Es así que, desgraciadamente, una forma de nombrar a los países en vías de desarrollo, o de desarrollo frenados por la gula de los países más ricos, se ha transformado en un lugar común para referirse a lo feo, sucio, roto, grotesco u ofensivo para los recién incorporados a la riqueza.
Hace algunos años, un poeta al que admiré durante años publicó una antología de su obra, y cuando un lector le preguntó por qué faltaban algunos poemas de su etapa anti franquista, respondió que los había desechado por ser "vamos, tercermundistas". Ningún habitante de Haití, Liberia o Mozambique tuvo la culpa de que sus poemas fueran malos, feos, sucios, rotos, grotescos para las leyes de la poesía.
Cuando un terrorista palestino, "vamos tercermundista", comete un atentado a todas luces censurable, y asesina a varios civiles de Israel, país del primer mundo, su acción va seguida del atroz lugar común de "la enérgica condena", pero si un Estado terrorista como Israel asesina preventiva y selectivamente a una docena de niños o ancianos palestinos, "vamos, tercermundistas", se escucha el perverso lugar común de la "honda preocupación".
Pero el tercer mundo tampoco está salvo de los lugares comunes. En octubre del año pasado estuve en una conferencia sobre medio ambiente en la que participaban delegados de varis países hispanohablantes. De pronto, un delegado español se refirió al lugar común de "la punta del izeber", y sus palabras enmudecieron a los traductores simultáneos a varios idiomas. Obviamente se refería a la punta del témpano, o del "iceberg" cuya pronunciación suena más o menos así; "aeisberg". Un delegado uruguayo aclaró el mal entendido desde la comodidad de otro lugar común: "vamos, una españolada". Amo España y por eso sufro cuando voy al cine en compañía de otros latinoamericanos y debemos tragar además de los pésimos doblajes, "vamos, la españolada por excelencia", la deplorable pronunciación de los nombres ingleses; no hay guión que resista personajes que se llamen "Guilian" o "Qevin".
Conozco muchos países "vamos, tercermundistas", y puedo asegurar que sus culturas sociales no permiten abandonar a un abuelo a su suerte, en un miserable campo de concentración ajardinado, y atados a sus camas para que no estorben a la hora de la tele basura. Por el contrario, suelen morir en sus casas pobres, pero rodeados del amor de sus parientes pues los, "vamos, tercermundistas", valoran la útil experiencia de los ancianos.
Es curioso, pero los "vamos, tercermundistas" de lengua española nombran las cosas con una singular riqueza de sustantivos y suelen ser certeros y justos con los adjetivos. No se puede, por desgracia, decir lo mismo de los hispanohablantes primermundistas que, por ejemplo, para describir un bello paseo primaveral aspirando el perfume de mil almendros florecidos, prefieren decir "majo, ¿he? Los árboles y tal y cual".
Sería muy sano que los comunicadores abandonaran la pereza de los lugares comunes e indagaran sobre el significado de las palabras que usan. No hace daño hacerse con el patrimonio personal de un vocabulario bien elegido, sobre todo en una época tan cervantina como la que vivimos.
La lapidación de una mujer acusada de adulterio en un país "vamos, tercermundista" es un crimen que escandaliza las buenas conciencias del primer mundo, pero los asesinatos con complicidad del poder de miles de españolas se cubre bajo el lugar común de "violencia de género". Lo dicho; los lugares comunes son una maldición.

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