Mike Sager: el diablo y John Holmes (fragmento)
John Holmes era popular, al menos en ciertos círculos. Lo que lo hacía famoso era su pene.
En una carrera que duró veinte años, Holmes hizo 2.274 películas de pornografía dura y folló con 14.000 mujeres. En la cima de su popularidad ganaba tres mil dólares diarios en las películas y casi lo mismo prostituyéndose, atendiendo a hombres y mujeres adinerados en ambas costas y en Europa.
Desde finales de los sesenta Holmes había comercializado su don natural. Según la leyenda, cuando su pene estaba erecto media entre veintisiete y treinta y siete centímetros de longitud. Pero últimamente el patrimonio principal de Holmes había tenido problemas. Se estaba metiendo una raya de coca cada diez o quince minutos y engullendo de cuarenta a cincuenta pastillas de Valium diarias para contrarrestar el efecto. La droga afectaba a su pene; no se le levantaba, no podía trabajar en el porno. Ahora se encargaba de entregar las drogas para la "Banda de Woonderland". Su amante, Jeana, que llevaba con él desde los quince años, se prostituía para que él pudiera pagarse su hábito. Vivían en la caravana del Chevy Malibu de su ex mujer. Holmes robaba equipajes de la cinta transportadoras en el aeropuerto internacional de Los Ángeles, Compraba electrodomésticos con las tarjetas de crédito de su mujer y los revendía cobrando en efectivo.
Holmes participaba en lo de Nash por una pequeña fortuna. Ahora también les debía pasta a los de la "Banda de Woonderland". Había fastidiado una entrega y tuvo una fuerte discusión con DeVerell y Launius. Le quitaron su llave de la casa de Wonderland y Launius le había dado un puñetazo y después golpeado con su bastón de ciruelo. Le dijeron que hiciese algo bueno. Trató de pensar. Las asociaciones de ideas confusas le llevaron a un imagen: Eddie Nash.
John Curtis Holmes llevaba la más larga y prolífera carrera de la historia de la pornografía. Había follado en la pantalla con dos generaciones de intérpretes femeninas, desde Seka y Marilyn Chambers a Traci Lords, Ginnger Lynn y la parlamentaria italiana Cicciolina.
Holmes comenzó en el negocio hacía 1968, una época en la que el empezaba a emerger desde el subsuelo de los espectáculos de cabinas y las juergas de estudiantes hacia la aceptación general. Los años sesenta, la píldora, el amor libre, las comunas, el intercambio de parejas, la creatividad perversa de los artistas de todos los medios que forzaban los límites buscando el escándalo: todo eso creó una atmósfera en la que el porno floreció.
Holmes era el gigoló de todo el mundo, un seductor de plástico de despoblado bigote, cuello abierto y un montón de botones desabrochados. No era imponente. Mascaba chicle y sobreactuaba. Enfocaba el sexo como un cantante de festival de pueblo, deliberadamente amable, ostentosamente diestro, un tipo sencillo con un anillo en el meñique y una polla grande que estaba convencido de ser el sueño de toda mujer.
La voz de Holmes era maliciosa e insinuante. Por encima de todo, amaba su trabajo.
-Un jardinero feliz es el que tiene las uñas llenas de tierra y un cocinero feliz es un cocinero gordo. Nunca me canso de lo que hago porque soy adicto al sexo. Soy muy lascivo.
John nació de Mary y Edward Holmes el 8 de agosto de 1944 en el condado de Pickaway, Ohio; era el pequeño de tres chicos y una niña. Edward, carpintero, era un alcohólico. Mary era una baptista aferrada a la Biblia. John recordaba los gritos y los chillidos y a su padre vomitando sobre los niños. Perdió su virginidad a los doce años con una mujer de treinta y seis que era amiga de su madre.
Después de estar tres años en el ejército, a los diecinueve, Holmes se puso a trabajar como conductor de ambulancias y poco después conoció a Sharon Gebenini. Sharon era enfermera en el Hospital General del condado y trabajaba en un equipo pionero de la cirugía a corazón abierto. Se casaron en 1965.
Un día de verano de 1968 Sharon llegó a casa del trabajo un poco temprano. Había ido al mercado y pensaba cocinar algo especial para su marido.
Últimamente Holmes había ido pasando de empleo en empleo, tratando de encontrar lo que de verdad le gustaba. Había dejado el servicio de ambulancias, la venta de zapatos, de muebles y de cepillos puerta a puerta. Ahora se estaba entrenando para ser guardia de seguridad.
Sharon dejó el bolso en el recibidor y salió pitando por el pasillo hacia el cuarto de baño de su apartamento en Glendale. La puerta estaba abierta. Dentro estaba su marido. Tenía una cinta métrica en una mano y su pene en la otra.
-¿Qué haces?- le preguntó ella
-¿Qué te parece que estoy haciendo?
-¿Algo va mal?
-No, es solo curiosidad- respondió Holmes.
Sharon fue al dormitorio, se tumbó y se puso a hojear una revista. Veinte minutos después, Holmes entró en el cuarto. Tenía una erección completa.
-Es increíble- dijo Holmes
-¿El qué?
-Va desde doce hasta alcanzar veinticinco centímetros ¡Veinticinco centímetros de largo! ¡Diez de diámetro!
-Eso es fantástico- añadió Sharon mientras volvía una página de la revista- ¿Quieres que llame a la prensa?
Sin que Sharon lo supiera, Holmes se había iniciado en el porno, después de un encuentro con un fotógrafo profesional llamado Joel en los lavabos del salón de póquer de Gaedina. Holmes se dejaba fotografiar para revistas y bailaba en clubs.
Ahora fijó en su mujer una larga mirada. Finalmente dijo:
-Tengo que decirte que he estado haciendo otra cosa, y creo que voy a convertirlo en el oficio de mi vida.
Lo mejor de Rolling Stone, Ediciones B. S. A; 1995, España.
En una carrera que duró veinte años, Holmes hizo 2.274 películas de pornografía dura y folló con 14.000 mujeres. En la cima de su popularidad ganaba tres mil dólares diarios en las películas y casi lo mismo prostituyéndose, atendiendo a hombres y mujeres adinerados en ambas costas y en Europa.
Desde finales de los sesenta Holmes había comercializado su don natural. Según la leyenda, cuando su pene estaba erecto media entre veintisiete y treinta y siete centímetros de longitud. Pero últimamente el patrimonio principal de Holmes había tenido problemas. Se estaba metiendo una raya de coca cada diez o quince minutos y engullendo de cuarenta a cincuenta pastillas de Valium diarias para contrarrestar el efecto. La droga afectaba a su pene; no se le levantaba, no podía trabajar en el porno. Ahora se encargaba de entregar las drogas para la "Banda de Woonderland". Su amante, Jeana, que llevaba con él desde los quince años, se prostituía para que él pudiera pagarse su hábito. Vivían en la caravana del Chevy Malibu de su ex mujer. Holmes robaba equipajes de la cinta transportadoras en el aeropuerto internacional de Los Ángeles, Compraba electrodomésticos con las tarjetas de crédito de su mujer y los revendía cobrando en efectivo.
Holmes participaba en lo de Nash por una pequeña fortuna. Ahora también les debía pasta a los de la "Banda de Woonderland". Había fastidiado una entrega y tuvo una fuerte discusión con DeVerell y Launius. Le quitaron su llave de la casa de Wonderland y Launius le había dado un puñetazo y después golpeado con su bastón de ciruelo. Le dijeron que hiciese algo bueno. Trató de pensar. Las asociaciones de ideas confusas le llevaron a un imagen: Eddie Nash.
John Curtis Holmes llevaba la más larga y prolífera carrera de la historia de la pornografía. Había follado en la pantalla con dos generaciones de intérpretes femeninas, desde Seka y Marilyn Chambers a Traci Lords, Ginnger Lynn y la parlamentaria italiana Cicciolina.
Holmes comenzó en el negocio hacía 1968, una época en la que el empezaba a emerger desde el subsuelo de los espectáculos de cabinas y las juergas de estudiantes hacia la aceptación general. Los años sesenta, la píldora, el amor libre, las comunas, el intercambio de parejas, la creatividad perversa de los artistas de todos los medios que forzaban los límites buscando el escándalo: todo eso creó una atmósfera en la que el porno floreció.
Holmes era el gigoló de todo el mundo, un seductor de plástico de despoblado bigote, cuello abierto y un montón de botones desabrochados. No era imponente. Mascaba chicle y sobreactuaba. Enfocaba el sexo como un cantante de festival de pueblo, deliberadamente amable, ostentosamente diestro, un tipo sencillo con un anillo en el meñique y una polla grande que estaba convencido de ser el sueño de toda mujer.
La voz de Holmes era maliciosa e insinuante. Por encima de todo, amaba su trabajo.
-Un jardinero feliz es el que tiene las uñas llenas de tierra y un cocinero feliz es un cocinero gordo. Nunca me canso de lo que hago porque soy adicto al sexo. Soy muy lascivo.
John nació de Mary y Edward Holmes el 8 de agosto de 1944 en el condado de Pickaway, Ohio; era el pequeño de tres chicos y una niña. Edward, carpintero, era un alcohólico. Mary era una baptista aferrada a la Biblia. John recordaba los gritos y los chillidos y a su padre vomitando sobre los niños. Perdió su virginidad a los doce años con una mujer de treinta y seis que era amiga de su madre.
Después de estar tres años en el ejército, a los diecinueve, Holmes se puso a trabajar como conductor de ambulancias y poco después conoció a Sharon Gebenini. Sharon era enfermera en el Hospital General del condado y trabajaba en un equipo pionero de la cirugía a corazón abierto. Se casaron en 1965.
Un día de verano de 1968 Sharon llegó a casa del trabajo un poco temprano. Había ido al mercado y pensaba cocinar algo especial para su marido.
Últimamente Holmes había ido pasando de empleo en empleo, tratando de encontrar lo que de verdad le gustaba. Había dejado el servicio de ambulancias, la venta de zapatos, de muebles y de cepillos puerta a puerta. Ahora se estaba entrenando para ser guardia de seguridad.
Sharon dejó el bolso en el recibidor y salió pitando por el pasillo hacia el cuarto de baño de su apartamento en Glendale. La puerta estaba abierta. Dentro estaba su marido. Tenía una cinta métrica en una mano y su pene en la otra.
-¿Qué haces?- le preguntó ella
-¿Qué te parece que estoy haciendo?
-¿Algo va mal?
-No, es solo curiosidad- respondió Holmes.
Sharon fue al dormitorio, se tumbó y se puso a hojear una revista. Veinte minutos después, Holmes entró en el cuarto. Tenía una erección completa.
-Es increíble- dijo Holmes
-¿El qué?
-Va desde doce hasta alcanzar veinticinco centímetros ¡Veinticinco centímetros de largo! ¡Diez de diámetro!
-Eso es fantástico- añadió Sharon mientras volvía una página de la revista- ¿Quieres que llame a la prensa?
Sin que Sharon lo supiera, Holmes se había iniciado en el porno, después de un encuentro con un fotógrafo profesional llamado Joel en los lavabos del salón de póquer de Gaedina. Holmes se dejaba fotografiar para revistas y bailaba en clubs.
Ahora fijó en su mujer una larga mirada. Finalmente dijo:
-Tengo que decirte que he estado haciendo otra cosa, y creo que voy a convertirlo en el oficio de mi vida.
Lo mejor de Rolling Stone, Ediciones B. S. A; 1995, España.
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