jorge asís
El Príncipe
Plena, repleta de linaje, majestuosa, desparramando alcurnia, noble, la Esperpento Mayor salió a la calle a lucir al Príncipe; en su mano ella llevaba un sable viejo, envuelto en papel madera, que había sacado de un mueble antiguo simplemente para que el Príncipe lo viera, él, que sabía, para que le dijese con total imparcialidad si ese sable no era una reliquia. Era un sable que le habían obsequiado a su bisabuelo, un individuo muy importante; sobre todo, un individuo muy humano, como decía.
Plena, del brazo del Príncipe, la Esperpento Mayor empuñaba el sable envuelto en papel madera, mientras el Príncipe, blanco, lampiño, rubio, corpulento y cuarentón, vestido de impecable traje azul, un poco más acá del bien y del mal, se limitaba a saludar cortésmente -como un Príncipe que era- a todo aquel que le fuera presentado.
En el Piccolo, el Príncipe conversó con el Gordo, a quien la Esperpento Mayor había presentado como el barman máximo de Buenos Aires, y además, un individuo sensacional, humano.
También la Esperpento le presentó al distinguido señor Andrade (el Príncipe no sabía que el señor Andrade era Rosqueta); le presentó además a un promisorio artista, dibuja tan bien, tiene el futuro en las manos este muchacho, el señor Rolando Vitaca, anotar bien su nombre, Eric, recuerda.
A solas Vitaca le dijo a la Esperpento.
-Para una diosa mitológica como tú, un Príncipe es lo apropiado.
Después en el bar Las Palmas, en la oficina de Rosqueta, en el estudio del Boga Fumanchú (que también había sido presentado), no se hablaba de otro tema que no fuese la precipitada irrupción del Príncipe. La señorita Etelvina suspiraba, estaba melancólica. Todos, mirándose, extrañados, se preguntaban cómo pude habérselas ingeniado la Esperpento Mayor para conseguir un Príncipe, y enamorarlo. De las embajadas, de ahí, se respondían.
Cuando se lo dijeron, Rocamora río, pero él constantemente reía; dijo la única reventada que en Buenos Aires podía enamorarse de un Príncipe era la Esperpento Mayor.
Sin embargo, nadie sabía con exactitud en qué paraje del universo existía el principado del prometido de la Esperpento Mayor, pero igualmente lo imaginaban verde, con lagos, con cascadas y misterios, y tendría un pueblo alegre y rubio, y el pueblo festejaría el matrimonio del Príncipe con la Esperpento Mayor arrojando los sombreros al aire, y beberían ron, y bailarían hasta la madrugada.
Rocamora le decía a la Esperpento, cuando se hallaba sola, generalmente en el Piccolo y a mediodía, que le encantaría conocer al Príncipe. La Esperpento Mayor le decía que Eric era un individuo muy ocupado, pero se lo iba a presentar.
Hay que destacar lo rejuvenecida que estaba la Esperpento Mayor desde que noviaba con el Príncipe; era una neomuchacha, hacía gestos, caritas de veinteañera.
Sus ojos eran dos sueños realizados, le decía Vitaca.
Pero Rocamora tenía un presentimiento; él, lógicamente, ya no creía en los príncipes de colores, pero tenía ganas de conocerlo, porque difícilmente uno tiene la oportunidad de conocer a un príncipe.
-Príncipe de las pelotas debe ser ése- decía Rocamora a Vitaca.
-Me da la impresión de que estás celoso -respondía Vitaca-; entonces era peor.
Al otro día o quizá esa misma noche, Rocamora y el Príncipe fueron presentados.
-Eric, el señor Rocamora.
El Príncipe Eric y Rocamora se miraron se miraron muy a los ojos; el primero que desvió la mirada fue el Príncipe, para hacerle, delante de Rocamora, un elegante y noble arrumaco a la Esperpento Mayor.
El Príncipe Eric vestía un brillante traje azul de gabardina y llevaba prendido en la solapa un inentendible escudo; la Esperpento Mayor llevaba un saco de corderoy rojo y el solapa, el mismo inentendible escudo. Ella, al comprobar que Rocamora miraba los escudos, le dijo:
-Es un blasón.
--Ah- dijo Rocamora.
El negrito tenía ganas de preguntarle de dónde podía ser Príncipe el hijo de puta ése; lo miró como pensando hay un algo que te vende yo no sé si es la mirada. Pero el Príncipe, altanero, real, fruncido como un Príncipe, apenas miraba los labios de la Esperpento Mayor, labios que permanentemente trabajaban en la elaboración de palabras inútiles que escasas veces eran escuchadas, palabras que aparentemente sí eran atendidas por el Príncipe. Rocamora pensó que a lo mejor Eric era un Príncipe de veras, y la debería querer en serio. Que a lo mejor él y Vitaca eran dos guachos que jamás valoraron la capacidad de la Esperpento Mayor, y por eso la tomaron para la joda, de entrada, y por eso se le reían, la usaban. Entonces Rocamora dejó de mirar al Príncipe -digamos- con agresividad, y los contempló a los dos con cierta ternura, casi arrepentido, y se despidió muy cortés. Eric le dijo, utilizando un acento raro, probablemente polaco:
-Ha sido un placer señor Rocamora.
La Esperpento Mayor, como estaba delante del Príncipe y quién sabe era celoso, no le dio un beso a Rocamora, sino la mano, , los vio caminar del brazo por Paraná hacía Corrientes. El negrito permaneció parado, raro, polaco, tratando de acostumbrarse a pensar que la Esperpento Mayor se había metido de novia con un Príncipe. Pensó que entonces ella iba a ser una Princesa; pensó que él una noche se había reventado a una Princesa, y como era, un superficial, jamás la había valorado. Era un boludo.
En La Palmas y en la oficina de Rosqueta comentaron con Vitaca y con Alamo Jim el romance apasionado que estaba viviendo la Esperpento Mayor. Rocamora decía la flaca se salvó. Hasta Vitaca debió acostumbrarse a pensar que la diosa mitológica que ellos tomaban para la joda, se había metido de novia con un Príncipe.
Y trataban de explicarse dónde pudo haber conocido y conquistado a un Príncipe.
-Para saber, así mando a mi hermana -decía Vitaca.
Sin embargo se lo explicaron: ella concurría a las reuniones de las embajadas, si muchas noches se iba temprano del Piccolo porque tenía una fiesta en la embajada.
-Qué carajo sé qué embajada, yo creí que era grupo- decía Rocamora.
-Tenía buenas relaciones con los consulados- decía Vitaca.
-Claro, habrá armado la rosqueta por ahí- Decía Rosqueta.
Transcurrieron dos días y volvieron a contemplarlos junto, de la mano; ya con respeto saludaban a la Esperpento Mayor, haciéndose los finos y delicados, en oportunidades besándole la mano, y con cierta reverencia saludaban a l Príncipe Eric.
Después, apenas se encontraba Rocamora con Vitaca o con Alamo Jim o con Rosqueta o con el mismo Boga Fumanchú, se preguntaban:
-¿No lo viste al Príncipe?
Una noche Vitaca trajo la noticia: la Esperpento Mayor había viajado con el Príncipe hacía Mar del Plata. El Príncipe no conocía la costa atlántica argentina; por eso, en un arranque de nacionalismo, la Esperpento Mayor, se lo llevó a Mar del Plata. Se lo había contado el gordo del Piccolo: viajaron en uno de los coches del Príncipe, con chofer y todo.
Extrañaban en el Piccolo la presencia de la Esperpento, aunque en realidad no a la Esperpento, sino al Príncipe.
Alamo Jim Roitenberg había inmortalizado una historieta de piratas, historieta en la que participaba un Príncipe; la anécdota; un secuestro en alta mar, secuestraban a un Príncipe. La historieta-que iba a proponer en Columba- se titulaba: Han secuestrado al Príncipe.
Rosqueta quería averiguar si en el país del Príncipe podría realizar alguna rosqueta rara, por ejemplo enviar fotonovelas, traducís el testo y chau, yo le mando los cuadros, hay que conversar.
El Gordo del Piccolo podría radicarse con su mujer y sus hijos en el país del Príncipe, porque Buenos Aires -decía- le hacía mal. Además podía asistir invitado especialmente para las nupcias, porque era el máximo barman de Buenos Aires, y a lo mejor se quedaría definitivamente ahí, en Alemania o en Bulgaria o en algún país de esos polacos, donde mandaba el Príncipe.
Vitaca se veía becado por el Príncipe; haría una exposición de sus dibujos, el Príncipe lo promocionaría, no tendría que dibujar más historietas, sería amado perpetuamente por rubias de ojos azules que se tirarían en la alfombra para verlo pintar.
Rocamora podría hacerle aquí algún pedal al Príncipe, por ejemplo una cobranza, impuestos, representarlo aquí y en el Uruguay, conseguir exportar, importar, alguna concesión, hacerse amigo, guardaespaldas, mangarlo.
La Esperpento Menor apareció una noche por el Piccolo y preguntó si no iba más la señora Alba (la Esperpento Mayor); le contaron todos a la vez que la señora Alba, se había puesto de novia con un Príncipe, y estaban invernando en Mar del Plata. Rocamora le preguntó primero qué tomaba y segundo por qué no aparecía más y tercero si habían disuelto la sociedad con la Esperpento Mayor (dijo con Alba). La Esperpento Menor respondió primero que un whisky con hielo y segundo porque estaba muy ocupada y tercero que sí, habían disuelto la sociedad, pero porque las cosas anduvieran mal, con Alba somos como hermanas, sino que porque estaba por casarse, y su novio -que era ingeniero- no quería que trabajase más. La Esperpento Menor se iba a casar dentro de diez días, y se radicaría en Río Gallegos, porque al ingeniero le habían otorgado un puesto de mucha relevancia en esa ciudad. Rocamora dijo qué bien, parece que les va muy bien a las dos, y la Esperpento Menor dijo sí, aunque no la entusiasmaba la idea de radicarse en Río Gallegos, pero ellos eran soldados del Movimiento Peronista y estaban para obedecer, para servir donde se los precisara. En ese momento se enteró Rocamora que la Esperpento Menor era soldado del Movimiento Peronista; había cazado una manija, entonces había que tratarla con cordialidad, porque a lo mejor en Río Gallegos se podía realizar alguna componenda.
Vitaca acompañó a la Esperpento Menor y probablemente se tomaron un taxi y se fueron a encamar como Dios manda: Rocamora permaneció solo, en la mesa de Piccolo, bebiéndose el whisky que había dejado pago Rosqueta, conversando de a ratos con el Gordo, el máximo barman.
Al cuarto de hora e inesperadamente entró sola la Esperpento Mayor, con un par de anteojos negros y desarreglada; se sentó con Rocamora y pidió un whisky doble. Rocamora no tuvo necesidad de preguntarle por el Príncipe; parece ser que el Príncipe era un mal individuo, un vago que la había enganchado en tres millones y medio de pesos, y había desaparecido del país, misteriosamente.
Se habrá ausentado solo, sin la Princesa, a ese lejano paraje verde donde hay lagos y donde los castillos se levantan sobre los lagos y donde a mediodía el aire se viste de un color particular y donde el pueblo es rubio y bebe ron y baila.
Menos mal que Rocamora pudo aguantar la risa cuando la Esperpento Mayor, avejentada y llorando, le decía que ese individuo se le había llevado hasta el sable que pertenecía a su bisabuelo.
Capítulo de la novela de Jorge Asís, Los Reventados.
comentarios:
16:40
Jorgito Asís, cuánto te quiero.
Sos un verdadero genio, demasiado lúcido para estas modestas pampas hipócritas!
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