rodrigo urzúa

rodrigo urzúa



Un lobo para el hombre

Arrancaré la piel, morderé el polvo,
Y trancaré con sus dientes
Las puertas que habrán de saber ya deberán cerrarse

Al desatino,
A la inclemencia,
A la cosmética el confort la cibernética.
Y entonces aullaré caníbal y deslenguado
Por entre los ojos mismos de la moralidad en verso,
Aquella barata encerrona entre cabeza y cabeza.

Con las pelusas chuscas me serviré un abrigo
Y con el pegamento...
Buéh, sólo basura.

Lo dejaré vivo, palpitante,
Reptando su infamia en el jardín.
Se dará pronto cuenta no está en vitrina,
Y la tribuna es la tele,
A estas alturas la sucesión de lo estridente
Estará ya más reseca que el silbato aguja,
La ostentosa desviación del disfrazarnos.

Yo
Lo veré caer.
Ahí agazapado el monito oveja
Y el disfraz de lobo abrazado al célebre montón de circunstancias ya olvidadas.

El Torrente aquél de lo Inefable
(o Tu boca serán las letrinas del proletariado)

a Doimo


Habiendo ya paladeado como lo hemos hecho
La silicosis amarga, el gustillo triste
De lo que parecía no podían escarbarnos ni en tortura,
Lo que parecía se escondía tan por debajo de las uñas,
Donde ni la china creatividad amenazaba asomarse,
Y que se ha violentado sobre nuestros cráneos abiertos,
Delatándose espeso, meloso, dulzón,
Reafirmándose bruto, melodramático,
Hoy es real
Y no habrá institución ni berrinche que dé al caso
Con tal de sonsacarle una sonrisa a lo que de veras es tan tonto,
Y ya es certeza que se ausenta una espalda trucha mas por lo mismo estandarte,
No quedará más que el tronar de los lamentos
Y el recorrido vicioso de la lenociniosa cantinela,
Que tiritará brillante
Tambaleándose por la grisácea abandonada mal parida viejo escombro
Aquél último rincón de la gran llaga del continente.

Sé, por cierto, que el augurio es buena nueva,
Y que la carcajada histérica ante la carroña
Tan sólo pregona la redondez del ciclo armonioso
Que cuántas veces más lamentaremos ya,
Nos ha sido legado añejo.

Y sin embargo la grieta que le duele al padre,
La máquina adormecedora,
Carnaval en tragedia de esta guerra perpetua,
Es la hendidura en piel de mujer hibridez de cultura domadora
Y su hijastra la esclava;
Es la huella que sendera el túnel donde nos tropezaremos de nuevo.

Volveremos a caer sobre lo mismo,
Y nuevamente sabremos que lo que ni sospechan
Es lo que nos tendrá atados,
Puesto que nos hemos prometido
Ya no obviar más lo obvio.

Deambular

Pero fui yo la que huí, de la mano de algún titiritero descarriado que jugaba a inventarle nombres a la desventura, enredado ahogado entre mis pelos rojos. Supuse que me había enamorado cuando las luces tristes desperfilaron las pantrucas y entinté de sangre las comisuras de las bragas y el puerto. Y habían unos que sonreían lejanos, acorralados de invierno, apostando que el escape y la calumnia terminarían por llover palos sobre la cadencia lenta de mis cinturas sonriendo.

La imaginada Miel

De habernos envalentonado,
De seguro nos abríamos paso, sigilosos
(Y de retozar y acurrucarse se nos acababan los obstáculos,
El malhablar de inciertos alborotadores programáticos),
Por entre aquellos días que se aperfuman de insinuarlos.

Si se me hubiese enrevesado el jopo,
Las barbas tembloriqueando y la sonrisa obscena,
Ahí me hubiese tumbao el encaprichamiento lerdo.
Las callejuelas y sus correteos entretejidos, enrevoltijón de acontecer,
Acomodándose la modorra de sospecharse tarareando
Alguna que otra casualidad apelotonada,
Al servicio oportuno del destartalo del cerro.

De permitirme el remilgo y la estridencia,
Por allí me veías ensombreciendo el deslumbrar tedioso
De la jovialidad terca,
Acartulinadas catástrofes ya tan manoseadas, chicuela:
Despabilar,
Abalanzarse,
Ciego nudo corbata ciega lentejuela improperio.

La acaecida servidumbre portuaria,
Mil y una jornadas de desloma y entorpece,
Perfilándose infinidad calamitosa
Por sobre las ruinas de mi gentil careta de insomne urbano.

De sólo haberte imaginado las piernas,
Los hombros, la borrachera,
El relamido tibio entre quebrada y quebrada,
Las enaguas coquetas.

Imaginarte desnudo y orgulloso,
Moreno.
Desdibujar las vestimentas enseñoreadas,
Que te me alejan, puerto perro,
De ahí donde te entresaco una cosquilla fácil
Y la quebrada hendidura
De tus ojitos negros,
Enmarañados en elcuantoai,
Y las adivinanzas simples del que te enseño te enseño los pechos.


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