Marcelo Fox: Invitación a la masacre
Soy Dios. Atrás. Déjenme tranquilo. No me importan sus pullas ni sus empellones miserables chiquillos. No me importa que roben la moneda que arrojan al sombrero y hayan hecho desaparecer mi armónica y acostumbren a perseguirme arrojando piedras. No lograrán que reniegue de la alta condición a la que pertenezco. Ustedes no existen realmente. Sólo yo existo. Ustedes no son más que sombras de sombras de mi fulgor. Soy el Sol. La Luz. Qué cómico ver a los otros agitarse vanamente. Y saber que siendo yo Dios ellos son sólo una mera sucesión de ceros. Nada que no sea la nada puede escapar de la totalidad de Dios.
Los invento para divertirme. Si supieran La Verdad. Leo los diarios. Asaltos. Revoluciones. Discursos. Piedras fundamentales. Me río de pensar lo que pasaría si vieran los hilos que los unen a mis manos y se dieran cuenta de que no son sino títeres a merced de ellas. Si les mostrara los textos de lo que van a decir al segundo siguiente. Todo lo sé. Todo lo abarco. El poder que detento es sin fronteras. Con sólo mover la oreja izquierda los terremotos y las mareas sepultarían las ciudades y el sol se derrumbaría sobre las atónitas cabezas. La humanidad adorándome y pidiendo clemencia delante de mis efigies. Pero no quiero hacer vanas demostraciones de fuerza y sólo me producen repulsión los posibles e imperfectos cánticos rituales de los robots de carne y huecos.
Prefiero seguir jugando el juego de rey disfrazado que se mezcla con el populacho. Me divierto cuando me insultan. Cuando me escupen. La broma cósmica. La Nada tratando de humillar al Ser. Qué ridículo. Creyendo mancillar su resplandor con vanas gesticulaciones. Río de esos muñecos absurdos. Los dejo hacer para que mi gloria aumente ante su impotencia de opacarla. Para que mi brillo luzca mejor en contraste con la oscuridad que encarnan. No hay nada más perfecto que yo. No hay grandeza de grandor más grande que la mía. Fue un largo camino llegar a tomar dialécticamente conciencia de la Verdad del Ser. Es decir de mí. Es decir de Dios. No me interesa que los otros sepan mi magnificente Historia. Ellos son para mí nada más que objeto de risa y desprecio. La recuerdo para solazarme en mi fuego. Para arder íntegramente de amor a mí mismo. Sólo la adoración de Dios satisface a Dios. Yo Dios me hablo. Me escucho. Gozo de mí. Canto a la Infinitud que Soy.
Antes no sabía nada era un doctor en leyes joven. Culto. Inquieto. Lleno de ambiciones. No me daba cuenta aún que no era un trozo de tinieblas como las otras sombras que se agitaban alrededor. Que ellos y el creerme como ellos sólo era parte de una imagen alienada de mí mismo. Fue necesario que esa cáscara se desintegrara para que pudiera comenzar el proceso de la autoasunción de mi divinidad. Tenía que ser arrancado de la alucinación del mundo para que dejando de No Ser aprendiera a Ser. El destino. El Dios vivo que en mí latía. Los manes de las contradicciones hicieron que el hecho se produjera. Durante la guerra con Tongolandia una granada estalló en el tanque que conducía. Me tuvieron que cortar las piernas. Quedé contrahecho y tuerto y ya no podía manejar bien las manos. Las premisas infraestructurales para la toma de conciencia de mi divinidad estaban dadas.
Volví a casa. mi mujer no pudo evitar una mueca de asco al verme entrar empujado en la silla de ruedas. Imposible que tratara de acostarme con ella. No quiso de ninguna manera. Hube de retomar la sagrada costumbre de la masturbación. Sagrada porque en ella Dios halla placer y se goza en Dios. Me fui encerrando en mi propio yo y lo fui descubriendo. En mí estaban los océanos y los castillos. Las princesas y los dragones. La luna y el sol. Los diamantes. La aventura infinita. La profundidad sin término. Yo creaba todo. Yo volvía a ser el que fui antes. Y más aún. Poseía cuantas mujeres quería. Las inventaba a mi arbitrio. Rubias. Negras. De ojos azules. De ojos grises. Rojos. O de dos colores. O con tres ojos. O con cuantos ojos y piernas y brazos y orificios deseara. Ciegas. Paralíticas. Muertas. Con alas. Con aletas. De fuego. De aire. De agua. Inmensas orgías cósmicas en que yacía con mis amantes metafísicos de sexos infinitos sobre ciudades devastadas y hundidas en el fondo de mares de algas y mercurio y galeones saqueados.
Creaba perspectivas. Universos. Destruía planetas y civilizaciones. Los reconstruía como quería. Cuando quería. Poco a poco aparté las apariencias y creí descubrir ser igual a Dios. Pensé entonces que a Dios le correspondía el dominio del mundo y a mí el de mi mente. Ya descubriría que yo era el único Dios. Por el momento era suficiente esto.
Las tropas del enemigo invadieron nuestras tierras. Sus bombas destruyeron el silo adonde había ido a terminar mi ser ahí como sapiens mutilado. Tuve que pedir limosna para subsistir. Iba en mi carrito con la mano estirada y las consabidas frases. La gente arrojaba monedas con tal de librarse de mi abyecta presencia. Los chicos se acostumbraron a tirarme por las escaleras de los subterráneos para divertirse. Entonces me di cuenta que no había fuera ni dentro de la conciencia. Que no había en sí y para mí. Todos lo creaba yo para realizarme a través de ello. Había vuelto al mundo en contra. Me había descolocado en él para captarme luego como la deidad que soy.
Primero descubrí que era Dios de mi conciencia. Después descubrí que la dicotomía Dios del Ser y Dios de la Conciencia era falsa pues ambos dioses eran uno solo. Yo. Habiendo sido esa dicotomía una mera imagen alienada del Ser útil sólo para que con su destrucción o síntesis accediera a sí mismo. A su verdadera esencia. Pues si el ser nunca hubiera empezado por alienarse nunca habría llegado a desalinearse y a aprehenderse como Dios. Como Totalidad Infinita y Completa. Habría seguido siendo sólo Absoluto Indefinido.
De esta forma Dios accedió completamente a Dios. Sin embargo debo aún rescatarme hasta el fin de creerme otro de lo otro pues si bien tengo conciencia de su falsedad esa impresión de separación aún subsiste. La realidad marcha rengueando atrás de la Conciencia. Hablo de la Conciencia de Dios en la cual se refleja a sí en sus inacabables dimensiones. No de la absurda y limitada conciencia de ser hombre que cumplió hace tiempo su función en una etapa de la teogonía y ya no sirve.
Así pues sigo condenado a la materia que es una enajenación de la Idea. La Idea destruirá la materia finalmente y se acabará el sufrir de la encarnación y yo brillaré para siempre ante mí para el propio regocijo sin fin.
Es de noche. Hace frío. Un soldado de las fuerzas de ocupación me dio una patada al carrito echándome de un seguro rincón de la plaza. Debo vagar por las calles. Sufrir aún las humillaciones. Cuándo se terminará esto. Cuándo explotará todo y concluirá el calvario. Duro es el camino de Dios. Llegar a mí mismo. Llegar a la Ciudad del Sol implica el desierto. El padecer. El tener sed y vivir el derrumbe. Ya el agua caerá a montones. Ya el Fénix resucitará de sus cenizas e irradiará Fuego eternamente. Nadie me pegará ni se reirá más de mí. Pero qué importan los palos y las escupidas si son nada más que complejos de sensaciones inexistentes. Sólo yo existo. Rápido. Rápido dios acaba tu ascensión. Hasta cuándo seguirá el suplicio. Los golpes duelen a pesar de su irrealidad. La lluvia cala. Estoy solo. Dios está solo. Dios aún no es Dios aunque ser Dios es su esencia. Está atado a las pesadillas en que sueña que es un extraño bípedo material y un mundo exterior a sí.
Lo toco. Ya llega el Alba. La Hora del Despertar. La Noche da sus estertores finales. La nada próxima a morir manda sus últimas divisiones de tinieblas suicidas. Mis cañones de Luz las deshacen. Avanzo. Yo Dios entre el fuego de la metralla destruyendo los garfios de lo Oscuro que tratan de ahogarme. La Victoria es mía. Es imposible herirme. Es imposible desterrarme. Soy el Sol. Soy el Viento. La Tierra. El Agua. La Peste. La Muerte. La Desesperación. La Esperanza. La Gloria. El Triunfo. El Fracaso. Soy Infinito. No hay cosa fuera de Mí. Todo lo abarco.
Falta poco. Sé que falta poco. Para que los muros caigan. Siento que se disgregan las paredes. El cuerpo me abandona. Las casas vuelan. Los árboles vuelan. El hierro se funde. El sol se apaga. Las gentes desaparecen. Estoy cerca. Ven a mí rápido. Te espero. Hace mucho que te espero. Ven Dios a Dios y al fin nos gozaremos.
El mundo ya es un gris lleno de grumos. Los grumos se disuelven. Eran los restos de la realidad. La Claridad aumenta paulatinamente. No es luz. Es Otra Cosa. Estoy por llegar. Ya. Ya. Yo ante Yo. Casi. Casi. Llegué. Todos los puentes han volado. Soy.
Marcelo Fox, Invitación a la Masacre, Falbo Librero Editor, Buenos Aires, Argentina, 1965.
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Los invento para divertirme. Si supieran La Verdad. Leo los diarios. Asaltos. Revoluciones. Discursos. Piedras fundamentales. Me río de pensar lo que pasaría si vieran los hilos que los unen a mis manos y se dieran cuenta de que no son sino títeres a merced de ellas. Si les mostrara los textos de lo que van a decir al segundo siguiente. Todo lo sé. Todo lo abarco. El poder que detento es sin fronteras. Con sólo mover la oreja izquierda los terremotos y las mareas sepultarían las ciudades y el sol se derrumbaría sobre las atónitas cabezas. La humanidad adorándome y pidiendo clemencia delante de mis efigies. Pero no quiero hacer vanas demostraciones de fuerza y sólo me producen repulsión los posibles e imperfectos cánticos rituales de los robots de carne y huecos.
Prefiero seguir jugando el juego de rey disfrazado que se mezcla con el populacho. Me divierto cuando me insultan. Cuando me escupen. La broma cósmica. La Nada tratando de humillar al Ser. Qué ridículo. Creyendo mancillar su resplandor con vanas gesticulaciones. Río de esos muñecos absurdos. Los dejo hacer para que mi gloria aumente ante su impotencia de opacarla. Para que mi brillo luzca mejor en contraste con la oscuridad que encarnan. No hay nada más perfecto que yo. No hay grandeza de grandor más grande que la mía. Fue un largo camino llegar a tomar dialécticamente conciencia de la Verdad del Ser. Es decir de mí. Es decir de Dios. No me interesa que los otros sepan mi magnificente Historia. Ellos son para mí nada más que objeto de risa y desprecio. La recuerdo para solazarme en mi fuego. Para arder íntegramente de amor a mí mismo. Sólo la adoración de Dios satisface a Dios. Yo Dios me hablo. Me escucho. Gozo de mí. Canto a la Infinitud que Soy.
Antes no sabía nada era un doctor en leyes joven. Culto. Inquieto. Lleno de ambiciones. No me daba cuenta aún que no era un trozo de tinieblas como las otras sombras que se agitaban alrededor. Que ellos y el creerme como ellos sólo era parte de una imagen alienada de mí mismo. Fue necesario que esa cáscara se desintegrara para que pudiera comenzar el proceso de la autoasunción de mi divinidad. Tenía que ser arrancado de la alucinación del mundo para que dejando de No Ser aprendiera a Ser. El destino. El Dios vivo que en mí latía. Los manes de las contradicciones hicieron que el hecho se produjera. Durante la guerra con Tongolandia una granada estalló en el tanque que conducía. Me tuvieron que cortar las piernas. Quedé contrahecho y tuerto y ya no podía manejar bien las manos. Las premisas infraestructurales para la toma de conciencia de mi divinidad estaban dadas.
Volví a casa. mi mujer no pudo evitar una mueca de asco al verme entrar empujado en la silla de ruedas. Imposible que tratara de acostarme con ella. No quiso de ninguna manera. Hube de retomar la sagrada costumbre de la masturbación. Sagrada porque en ella Dios halla placer y se goza en Dios. Me fui encerrando en mi propio yo y lo fui descubriendo. En mí estaban los océanos y los castillos. Las princesas y los dragones. La luna y el sol. Los diamantes. La aventura infinita. La profundidad sin término. Yo creaba todo. Yo volvía a ser el que fui antes. Y más aún. Poseía cuantas mujeres quería. Las inventaba a mi arbitrio. Rubias. Negras. De ojos azules. De ojos grises. Rojos. O de dos colores. O con tres ojos. O con cuantos ojos y piernas y brazos y orificios deseara. Ciegas. Paralíticas. Muertas. Con alas. Con aletas. De fuego. De aire. De agua. Inmensas orgías cósmicas en que yacía con mis amantes metafísicos de sexos infinitos sobre ciudades devastadas y hundidas en el fondo de mares de algas y mercurio y galeones saqueados.
Creaba perspectivas. Universos. Destruía planetas y civilizaciones. Los reconstruía como quería. Cuando quería. Poco a poco aparté las apariencias y creí descubrir ser igual a Dios. Pensé entonces que a Dios le correspondía el dominio del mundo y a mí el de mi mente. Ya descubriría que yo era el único Dios. Por el momento era suficiente esto.
Las tropas del enemigo invadieron nuestras tierras. Sus bombas destruyeron el silo adonde había ido a terminar mi ser ahí como sapiens mutilado. Tuve que pedir limosna para subsistir. Iba en mi carrito con la mano estirada y las consabidas frases. La gente arrojaba monedas con tal de librarse de mi abyecta presencia. Los chicos se acostumbraron a tirarme por las escaleras de los subterráneos para divertirse. Entonces me di cuenta que no había fuera ni dentro de la conciencia. Que no había en sí y para mí. Todos lo creaba yo para realizarme a través de ello. Había vuelto al mundo en contra. Me había descolocado en él para captarme luego como la deidad que soy.
Primero descubrí que era Dios de mi conciencia. Después descubrí que la dicotomía Dios del Ser y Dios de la Conciencia era falsa pues ambos dioses eran uno solo. Yo. Habiendo sido esa dicotomía una mera imagen alienada del Ser útil sólo para que con su destrucción o síntesis accediera a sí mismo. A su verdadera esencia. Pues si el ser nunca hubiera empezado por alienarse nunca habría llegado a desalinearse y a aprehenderse como Dios. Como Totalidad Infinita y Completa. Habría seguido siendo sólo Absoluto Indefinido.
De esta forma Dios accedió completamente a Dios. Sin embargo debo aún rescatarme hasta el fin de creerme otro de lo otro pues si bien tengo conciencia de su falsedad esa impresión de separación aún subsiste. La realidad marcha rengueando atrás de la Conciencia. Hablo de la Conciencia de Dios en la cual se refleja a sí en sus inacabables dimensiones. No de la absurda y limitada conciencia de ser hombre que cumplió hace tiempo su función en una etapa de la teogonía y ya no sirve.
Así pues sigo condenado a la materia que es una enajenación de la Idea. La Idea destruirá la materia finalmente y se acabará el sufrir de la encarnación y yo brillaré para siempre ante mí para el propio regocijo sin fin.
Es de noche. Hace frío. Un soldado de las fuerzas de ocupación me dio una patada al carrito echándome de un seguro rincón de la plaza. Debo vagar por las calles. Sufrir aún las humillaciones. Cuándo se terminará esto. Cuándo explotará todo y concluirá el calvario. Duro es el camino de Dios. Llegar a mí mismo. Llegar a la Ciudad del Sol implica el desierto. El padecer. El tener sed y vivir el derrumbe. Ya el agua caerá a montones. Ya el Fénix resucitará de sus cenizas e irradiará Fuego eternamente. Nadie me pegará ni se reirá más de mí. Pero qué importan los palos y las escupidas si son nada más que complejos de sensaciones inexistentes. Sólo yo existo. Rápido. Rápido dios acaba tu ascensión. Hasta cuándo seguirá el suplicio. Los golpes duelen a pesar de su irrealidad. La lluvia cala. Estoy solo. Dios está solo. Dios aún no es Dios aunque ser Dios es su esencia. Está atado a las pesadillas en que sueña que es un extraño bípedo material y un mundo exterior a sí.
Lo toco. Ya llega el Alba. La Hora del Despertar. La Noche da sus estertores finales. La nada próxima a morir manda sus últimas divisiones de tinieblas suicidas. Mis cañones de Luz las deshacen. Avanzo. Yo Dios entre el fuego de la metralla destruyendo los garfios de lo Oscuro que tratan de ahogarme. La Victoria es mía. Es imposible herirme. Es imposible desterrarme. Soy el Sol. Soy el Viento. La Tierra. El Agua. La Peste. La Muerte. La Desesperación. La Esperanza. La Gloria. El Triunfo. El Fracaso. Soy Infinito. No hay cosa fuera de Mí. Todo lo abarco.
Falta poco. Sé que falta poco. Para que los muros caigan. Siento que se disgregan las paredes. El cuerpo me abandona. Las casas vuelan. Los árboles vuelan. El hierro se funde. El sol se apaga. Las gentes desaparecen. Estoy cerca. Ven a mí rápido. Te espero. Hace mucho que te espero. Ven Dios a Dios y al fin nos gozaremos.
El mundo ya es un gris lleno de grumos. Los grumos se disuelven. Eran los restos de la realidad. La Claridad aumenta paulatinamente. No es luz. Es Otra Cosa. Estoy por llegar. Ya. Ya. Yo ante Yo. Casi. Casi. Llegué. Todos los puentes han volado. Soy.
Marcelo Fox, Invitación a la Masacre, Falbo Librero Editor, Buenos Aires, Argentina, 1965.
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