karen alkalay-gut

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El príncipe rana

Todas esas princesas recontando las historias de sus vidas,
dando información no disponible previamente,
o sólo tardíamente comprendida, convenciéndote,
pobre lector, de que las princesas de los cuentos de hadas
son gente real también, ¿sabes?, y que como tales merecen
que se cuente su versión. Incluso la mujer que ahora es mi reina,
creo que ha intentado contarlo, explicando
-probablemente- que valía la pena besar una rana
para conseguirme.

Siempre me gustaron bonitas,
lo que dijo Proust: "En cuanto a las mujeres bellas,
se las dejaremos a los hombres sin imaginación",
me hizo dejar de lado a Proust
y elegir alguna sagaz dama de compañía.
Tú sabes lo que le dicen a las mujeres,
"¿Es tan fácil enamorarse
tanto de un rico como de un pobre?
" Voy más adelante. Sólo es posible
realmente sentir algo si ella tiene
un trasero perfecto, senos hambrientos, ojos que parecen tan profundos
como los míos y -éste es un agregado- una continua hambre de mí.

Y no bromeo.
Excepto por mi narcisismo,
soy perfecto, inteligente, buenmozo, rico.
Nunca entenderé por qué esa bruja
me echó una maldición. Por supuesto a menos que
quisiera tenerme y yo
nunca me fijé en ella.

Recuerdo que una vez vino a hablar
antes de que me ranificara,
murmuró algo acerca de Emily Dickinson,
"No soy Nadie, quién eres tú".
Yo estaba ocupado escuchando mi máquina contestadora
cuando ella siguió
"Cuán terrible ser alguien,
cuán público como una rana,
decir tu nombre todo el santo día
a un pantano admirador".

"Tal vez sean los medios de comunicación que arruinan vuestras mentes",
dijo, mirando mi bien surtida biblioteca
de videoclips, "os hace pensar que vuestra identidad
como hombres deriva de la calidad comercializable
de vuestras conquistas femeninas. ¿Qué quieres
de la vida? ¿Cómo obtendrás satis
facción? Dime algo para probar
que vale la pena invertir en tu clase".

No pensé que tuviera que probarle algo
a alguien que no tenía nada que ofrecerme
en el mundo. Tal vez si hubiera sido
una cineasta habría tenido una oportunidad.

Pero decidí darle
el tratamiento silencioso,
generalmente funciona con mujeres que te admiran
y de las que no puedes deshacerte de otro modo. "Despídete de mí
con un beso, entonces, muchacho", dijo,
y yo torcí el rostro y aparté mi cuerpo encogiéndome
como si la edad y la fealdad fueran con-
tagiosas.

Así es que a la mañana siguiente desperté
como un robusto anfibio
hambriento de una charca
y una hoja de loto.
Y leí las instrucciones en mi almohada
acerca de la necesidad de ser besado, abandoné el castillo
y comencé mi búsqueda.

No fue fácil ser verde. Simplemente no existía
para todas esas princesas con labios mágicos.
Tuve que aprender toda clase de trucos
para poder acercarme a ellas. Le conté a una sobre
mi centralidad respecto a la cuisine francesa,
alenté a otra a que viera (ejem)
mi identidad profundamente en mi garganta,
le susurré a otra belleza (defectuosa)
que yo podía curar verrugas.

Incluso la que finalmente lo hizo por mí,
aquella con la bola de oro,
fue timada, arrullada, amenazada,
antes de que eventualmente
cayera en mi trampa.

No me quejo.

Obtuve lo que quería.

y unas pocas noches en el pueblo,
un par de cervezas, un ramillete de rubias,
me hicieron volver a lo que era antes.

La exhibicionista en su boudoir

Si un árbol cae en un bosque
y las cortinas son cerradas
y si los hombres en mi vida y el perro están durmiendo
y si me saco la ropa
al son de la música en mi cabeza
y murmuro a mis amantes imaginarios
todo lo que se pierden
y que necesitan conocer
quién podría decir que yo no soy
el genio, la culminación de todos los sueños de un lector.

Ulises

Hay peligro
aquí
en estas profundidades
que son demasiado suaves
demasiado cálidas.
Hay peligro.
Tal vez surgiremos
perdidos para siempre
para no retornar
nunca a nuestros hogares

comentarios:

Anónimo dijo...
11:25
 

que lindo esto