Lo que mi abuelo me enseñó

Lo que mi abuelo me enseñó

Por Marcela Muñoz Molina

puerto natales-puerto consuelo

Nunca llegó mi escrito para el funeral de mi abuelo. Yo tampoco llegué. Mientras la gente que lo conocía entraba y salía de la iglesia en Puerto Natales, yo, a tres mil kilómetros, hacía mis cosas del día, lloraba en el baño a ratos, y dormía en el día más que nunca antes. De noche me levantaba, como a las cinco de la mañana y lloraba sentada en el living de mi casa. Como las tormentas sorpresivas, la pena llegaba , me tomaba y de pronto se iba. Algo así como la poesía que te posee sin permiso y sin aviso. Me volvía a acostar y me volvía a levantar a las ocho, para hacer mis cosas de todos los días, mientras la gente que conoció a mi abuelo entraba y salía de la iglesia allá en Puerto Natales. Me vi más que nunca de niña, todos las horas de estos días, tomada de su mano, a la orilla de un lago, en la mitad de la pampa, armando una carpa, haciendo una fogata, descuerando una liebre. Nadie creyó nunca que mi abuelo iba a morir. Pero todos sabíamos que eso pasaría. Porque el cuerpo envejece y se cansa, aunque se cuide, el cuerpo viaja con el tiempo inevitablemente. Nada se vende en la farmacia para frenar al tiempo. Y a mi abuelo se lo llevo el tiempo. Esta niña sentada aquí hoy, tuvo el mejor abuelo que un niño puede tener. Eso quería decir, s ihubiese podido estar en su funeral. Ese hombre alto y delgado, de pelo blanco desde muy joven, me enseñó las dos cosas que han sostenido mi vida en los tiempo duros y en los tiempos blandos. La capacidad de maravillarme y la importancia de la libertad. Nunca me lo dijo, pero cuando yo corría por ahí, entre árboles y ríos, toda la pampa era mía. Me dediqué a la observación de bichitos escondidos bajo mi sobrero rojo, horas enteras. Y nunca corrí peligro. Y nunca tuve miedo. La última vez que estuve con él, hace año y medio, me llamó para mostrarme como una araña tejía una telaraña en la ventana de su cocina, y como al sol se veía de colores y como ella, todas las veces la volvía a tejer. Me dijo, que se había dado cuenta que los temporales no desarmaban el tejido. Ese día, supe que él me había enseñado a maravillarme por todo aquello que casi siempre, pasamos por alto y no vemos. Y que eso estaba en mi forma de ser, por él, desde el principio. Sé que desde el hospital donde murió y donde no quería morir, se fue con su mochila en la espalda, su caña de pescar en la mano y sus botas altas al encuentro de una orilla, donde sólo él sabe la clase de felicidad y de paz que experimentaba.Lo vi salir de Puerto Natales, caminando tranquilo, sin ningún dolor en el cuerpo, con todos los ríos, todos los lagos y todos los bosques esperándolo, sólo para él. Se dio vuelta y se despidió agitando la mano, llevaba todo el descanso en el alma. Ese abuelo que todo niño merece tener, anduvo por los caminos hasta que ya no pudo más.Y el domingo pasado, de improviso como mi pena, se lo llevo el tiempo y se lo llevo el viento.


Poemas de Marcela Muñoz Molina

Texto y poesía de Marcela Muñoz Molina

3 comentarios:

Así como tu abuelo fue contigo, soy con mi hija, pues pese a ser su progenitor, tengo la edad de su abuelo.
Lola tiene 11 y apunta a "señorita" y mientras estoy antes quel viento, me tiene a su favor en lo que sea.
Aquí hubo también una araña maravillosa, tan hermosa y colorida que seguramente debía ser venenosa, y había hecho su telaraña en un macetón de aloes, en la terraza desta casa. Con LOla (que temía y teme a las Arañas) observábamos como su telaraña resistía las tempestades y siempre la veíamos centrada y al acecho, ejerciendo la mágica discreción de nunca dejarnos verla comer, aunque siempre algún esqueletito adornaba las extensiones de su habitáculo.
Un día, luego de un invierno y un verano, debido tal vez a un desorden (o orden) natural, la araña y su telaraña habían desaparecido, se los había llevado el viento, como a tu abuelo, como a mi, como a vos, como a Lola.

Si antes atesoré su poesía...
con su permiso, ahora me llevo esta prosa-
Algo hay en Natales...

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