Vigencia de Henry Miller

Vigencia de Henry Miller



Por Juan Mihovilovich

¿Quién que tenga ojos desesperados y ávidos puede sentir el menor respeto por los gobiernos, leyes, códigos, principios, ideales, ideas, tótems y tabúes existentes?
(Pág. 334)

LLeía Miller a los 16 años; primero, Trópico de Capricornio, que debió llegar a mis manos a través de un circuito exiguo de amistades celosas por un texto prohibido. El tiempo estudiantil era un espacio para comentarlo a hurtadillas: sexo, sobre todo, pero también ideas vertiginosas sobre el hombre, la humanidad caótica y el despeñadero advertido.
Henry Miller desmenuza el porvenir como si todo cupiera en un pañuelo: lágrimas, deseos, misterios, egoísmo y vulgaridad, sujetos abatidos o decididamente locos, mujeres ávidas o desesperadas y desesperanzadas; o bien, observación clínica de individuos atesorando las riquezas de una insanidad mayor: acumulación de capital e ideas de progreso a ultranza, mientras la rueda de la historia trae a puñados los futuros héroes muertos: segunda guerra, depresiones económicas, conflictos ocultos o evidentes, resurgimiento dolido luego de los holocaustos...y sobre todo ello, Miller disecciona, desestructura, anarquiza, deambula taciturno y miserable a veces, excelso y cáustico casi siempre.
Trópico de Cáncer se alza en medio de un Paris mutilado en su trastienda y paradójicamente adscrito a esa eternidad de piedras y museos. El individuo yerra por sus calles secretas, se atiborra de placeres efímeros, incursiona en amistades transitorias que permanecen o se evaporan en su desolado encierro: la sobrevivencia se muestra como el madero de un náufrago porfiado, obstinado e irónico, maldiciéndose ocasionalmente y renegando de la estupidez humana con un dejo de repugnancia, de indiferencia a veces, de compasión accidental.
Miller ve el mundo con ojos del arte, de quien vive y sueña con desentrañar su propio enigma en tanto los seres se repiten calcados y Paris se yergue como una prostituta ávida y necesaria. El ombligo del mundo es Paris y lo es también su condición de extranjero mimetizado en ella como en el centro de un dilema no resuelto: vive allí presionado por la asfixia del hambre cotidiana, mendigando a veces como Knut Hamsun, vanagloriándose de su miseria casi como un ruego oun signo diferenciador. En su no entrega reside su superioridad, pero también su dolor y el sufrimiento del alma humana débilmente entronizada en un cuerpo que se descompone diariamente.
Miller se atreve a poner el dedo en la llaga cuando la sociedad ramplona de la época se desvive por moralismos de utilería. Paris luego, es la excepción y su madriguera. Imposible sobrevivir en su patria de origen: Paris es el imán perfecto donde todo artista procura la gloria y, sin embargo, élapenas intenta el reencuentro con todo lo que agobia su existencia. El sexo no es su único leit motiv, como pudiera pensarse superficialmente, aún cuando él atraviesa sus Trópicos o pervive en su cotidianeidad. Hay en su obsesión carnaluna necesidad de tomar el cuerpo ajeno como si fuera el suyo y en esa compenetración grita sin un solo alarido, pero su silente aullido se escucha en Norteamérica y rebota como una campanada hacia el resto del planeta. He ahícomo asciende desde su relegación parisina y atraviesa el Atlántico para rechazarel mito de la modernidad. Los hombres mimetizados en su imbecilidad apenas dejan espacio para lo vital: el placer augura guerras, contaminaciones ambientales, manejos de la bolsa, la pudrición en vida.
Luego, Trópico de Cáncer resulta una embestida contra el mundo desde la perspectiva herida y agónica del animal. Miller es el toro que intenta cornear al torero aún cuando sus intentos toquen apenas la capa. Pero insiste. En lo profundo de sí mismo bulle su instinto, mientras al frente, a la vera de la capa del torero...toda la tierra un desierto gris, una alfombra de acero y cemento. ¡Producción! Más ruecas y tornillos, más alambres de púas, más galletas para perros, más segadoras mecánicas de césped, más rodamientos de bolas, más explosivos instantáneos, más tanques, más gas venenoso, más jabón, más iglesias, más bibliotecas, más museos. ¡Adelante! El tiempo apremia...
Como todos los grandes, Henry Miller vislumbra el porvenir, es decir, este presente atosigante y obtusodesde un Trópico de Cáncer escrito en los años 30, publicado en Paris en 1934 y en Estados Unidos en 1961, después de más de sesenta juicios debido a la censura.



Vivo en la Villa Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ningún sitio, ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y estamos muertos.
Anoche Boris descubrió que tenía piojos. Tuve que afeitarle los sobacos, y ni siquiera así se le pasó el picor. ¿Cómo puede uno coger piojos en un lugar tan bello como éste? Pero no importa. Puede que no hubiéramos llegado nunca a conocernos tan íntimamente Boris y yo, si no hubiese sido por los piojos.
Boris acaba de ofrecerme un resumen de sus opiniones. Es un profeta del tiempo. Dice que continuará el mal tiempo. Habrá más calamidades, más muertes, más desesperación. Ni el menor indicio de cambio por ningún lado. El cáncer del tiempo nos está devorando. Nuestros héroes se han matado o están matándose. Así que el héroe no es el Tiempo, sino la Intemporalidad. Debemos marcar el paso, en filas cerradas, hacia la prisión de la muerte. No hay escapatoria. El tiempo no va a cambiar.
Estamos ahora en el otoño de mi segundo año en París. Me enviaron aquí por una razón que todavía no he podido desentrañar.
No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, creía que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios.
Entonces, ¿éste? Éste no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del Arte, una patada en el culo a Dios, al Hombre, al Destino, al Tiempo, al Amor, a la Belleza... a lo que os parezca. Cantaré para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero cantaré. Cantaré mientras la palmáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver...
Para cantar, primero hay que abrir la boca. Hay que tener dos pulmones y algunos conocimientos de música. No es necesario tener un acordeón ni una guitarra. Lo esencial es querer cantar. Así, pues, esto es una canción. Estoy cantando.
Para ti, Tania, canto. Quisiera cantar mejor, más melodiosamente, pero entonces quizá no hubieses accedido nunca a escucharme. Has oído cantar a los otros y te han dejado fría. Su canción era demasiado bella o no lo bastante bella.
Es el veintitantos de octubre. Ya no llevo la cuenta de los días. ¿Dirías: mi sueño del 14 de noviembre pasado? Hay intervalos, pero intercalados entre sueños, y no queda conciencia de ellos. El mundo que me rodea está desintegrándose, y deja aquí y allá lunares de tiempo. El mundo es un cáncer que se devora a sí mismo... Pienso en que, cuando el gran silencio descienda sobre todo y por doquier, la música triunfará por fin. Cuando todo vuelva a retirarse a la matriz del tiempo, remará el caos de nuevo, y el caos es la partitura en la que está escrita la realidad. Tú, Tania, eres mi caos. Por eso canto. Ni siquiera soy yo, es el mundo agonizante que se quita la piel del tiempo. Todavía estoy vivo, dando patadas dentro de tu matriz, que es una realidad sobre la que escribir.
Duermevela. La fisiología del amor. La ballena con su pene de dos metros en reposo. El murciélago... penis Ubre. Animales con un hueso en el pene. De ahí viene eso de tener un hueso…1"Afortunadamente -dice Gourmont- la estructura ósea se ha perdido en el hombre." ¿Afortunadamente? Sí, afortunadamente. Imaginaos a la raza humana caminando por ahí con un hueso en ese sitio. El canguro tiene un doble pene: uno para los días de entre semana y otro para las fiestas. Duermevela. Una carta de una mujer que me pregunta si he encontrado un título para mi libro. ¿Un título? Claro que sí: Adorables lesbianas.
¡Tu vida anecdótica! Una frase de M. Borowski. El miércoles voy a comer con Borowski. Su mujer, que es una vaca seca, oficia. Ahora está estudiando inglés... su palabra favorita es "asqueroso". En seguida se ve que los Borowski son una lata. Pero esperad...
Borowski lleva trajes de pana y toca el acordeón. Combinación insuperable, especialmente si se tiene en cuenta que no es un mal artista. Finge ser polaco, pero no lo es, desde luego. Es judío, Borowski, y su padre era filatélico. De hecho, casi todo Montparnasse es judío o medio judío, lo que es peor. Están Carl y Paula, y Cronstadt y Boris, y Tarda y Sylvester, y Moldorf y Lucille. Todos excepto Fillmore. Henry Jordan Oswald ha resultado ser judío también. Louis Nicholas es judío. Hasta Van Norden y Chérie son judíos. Francis Blake es judío, o judía. Titus es judío. Así, que los judíos me están aplastando como una avalancha. Escribo esto para mi amigo Carl, cuyo padre es judío. Es importante entender todo esto.
De todos esos judíos, la más encantadora es Tania, y por ella también yo me volvería judío. ¿Por qué no? Ya hablo como un judío. Y soy feo como un judío. Además, ¿quién odia más a los judíos que un judío?
La hora del crepúsculo. Azul añil, agua cristalina, árboles resplandecientes y delicuescentes. Los raíles se pierden en el canal de Jaurès. La larga oruga de costados laqueados se sumerge como una montaña rusa. No es París. No es Coney Island. Es una mezcla crepuscular de todas las ciudades de Europa y de América Central. La explanadas del ferrocarril ahí abajo, los raíles negros, enmarañados, no ordenados por el ingeniero, sino de diseño cataclismático, como esas finas fisuras del hielo polar que la cámara registra en diferentes tonos de negro.
La comida es una de las cosas que disfruto tremendamente. Y en esta hermosa Villa Borghese apenas hay nunca rastros de ella. A veces es verdaderamente asombroso. He pedido una y otra vez a Boris que encargue pan para el desayuno, pero siempre se le olvida. Al parecer, sale a desayunar fuera. Y cuando vuelve viene limpiándose los dientes con un palillo y le cuelga un poco de huevo de la perilla. Come en el restaurante por consideración hacia mí. Dice que le duele darse una comilona mientras le miro.
Van Norden me gusta, pero no comparto la opinión que tiene de sí mismo. No estoy de acuerdo, por ejemplo, en que sea un filósofo ni un pensador. Es un putero y nada más. Y nunca será un escritor. Tampoco lo será nunca Sylvester, aunque su nombre resplandezca en luces rojas de cincuenta mil bujías. Los únicos escritores a mi alrededor por los que siento algún respeto ahora son Carl y Boris. Están poseídos. Arden por dentro con una llama blanca. Están locos y carecen de oído. Son víctimas.
En cambio, Moldorf, que también sufre a su manera, no está loco. Moldorf se embriaga con las palabras. No tiene venas, ni arterias, ni corazón, ni riñones. Es un baúl portátil lleno de innumerables cajones, y éstos tienen escritos fuera rótulos en tinta blanca, tinta marrón, tinta roja, tinta azul, bermellón, azafrán, malva, siena, albaricoque, turquesa, ónix, Anjou, arenque, Corona, verdín, gorgonzola...
He trasladado la máquina de escribir a la habitación contigua, donde puedo verme en el espejo mientras escribo.
Tania es como Irene. Espera cartas voluminosas. Pero hay otra Tania, una Tania semejante a una enorme semilla que disemina el polen por todos lados... o, digámoslo al modo de Tolstói, una escena de establo en la que desentierran al feto. Tania es una fiebre también... les votes urinaires, Café de la Liberté, Place des Vosges, corbatas brillantes en el Boulevard Montparnasse, cuartos de baño oscuros, oporto seco, cigarrillos Abdullah, el adagio de la sonata Pathétique, amplificadores auriculares, sesiones anecdóticas, pechos de siena rojiza, ligas gruesas, qué hora es, faisanes dorados rellenos de castañas, dedos de tafetán, crepúsculos vaporosos que se vuelven acebo, acromegalia, cáncer y delirio, velos calidos, fichas de póquer, alfombras de sangre y muslos suaves. Tania dice de modo que todo el mundo pueda oírla: "¡Le amo!" Y mientras Boris se calienta con whisky, ella dice: "¡Siéntate aquí! Oh, Boris... Rusia... ¿Qué voy a hacer? ¡Estoy a punto de estallar!"
Por la noche, cuando contemplo la perilla de Boris reposando sobre la almohada, me pongo histérico. ¡Oh, Tania! ¿Dónde estará ahora aquel cálido coño tuyo, aquellas gruesas y pesadas ligas, aquellos muslos suaves y turgentes? Tengo un hueso en la picha de quince centímetros. Voy a alisarte todas las arrugas del coño, Tania, hinchado de semen. Te voy a enviar a casa con tu Sylvester con dolor en el vientre y la matriz vuelta del revés. ¡Tu Sylvester! Sí, él sabe encender un fuego, pero yo sé inflamar un coño. Disparo dardos ardientes a tus entrañas, Tania, te pongo los ovarios incandescentes. ¿Está un poco celoso tu Sylvester ahora? Siente algo, ¿verdad? Siente los rastros de mi enorme picha. He dejado un poco más anchas las orillas. He alisado las arrugas. Después de mí, puedes recibir garañones, toros, carneros, ánades, san bernardos. Puedes embutirte el recto con sapos, murciélagos, lagartos. Puedes cagar arpegios, si te apetece, o templar una cítara a través de tu ombligo. Te estoy jodiendo, Tania, para que permanezcas jodida. Y si tienes miedo a que te jodan en público, te joderé en privado. Te arrancaré algunos pelos del coño y los pegaré a la barbilla de Boris. Te morderé el clítoris y escupiré dos monedas de un franco...

Comienzo de Trópico de Cáncer de Henry Miller. Traducción de Carlos Manzano. Novela, 425 páginas, -Editorial Edhasa, 2009



Audio de voz de Henry Miller

3 comentarios:

Pat_agónica dijo...
18:19
 

Engullí este bocado caliente y jugoso que gatilló recuerdos de lecturas pasadas, cuando me debatía desesperada entre la posibilidad de ser puta o madre abnegada

Anónimo dijo...
03:03
 

Gran rescate de audio de Henry Miller, gracias de todos modos. Yo, una chica de Almagro.

Chica_Bond dijo...
00:54
 

Gracias por una bocanada de Henry Miller entre tanta papilla asfixiante.
No conocía tu blog; voy a volver pronto. Vivo en Ushuaia.