Marcela Muñoz Molina

Marcela Muñoz Molina


H
ABLAR de Marcela Muñoz Molina es hablar de la voz femenina más destacada de la literatura de la Última Esperanza, y junto a la puntarenense Astrid Fugellie, una de las máximas exponentes de la lírica magallánica. Nacida en Puerto Natales, en 1966, ha publicado los poemarios "Ángeles y limusinas" (1989); "El salvavidas lleva mi nombre" (1994); "Puerto Consuelo" (2003); y "Poemas para no matar" (2005). Ha desarrollado una personalísima obra que sin convertirse nunca en una mera apología de género, si incorpora elementos de aquello, lo que emparenta su faena con la de grandes figuras de la lírica latinoamericana como Alfonsina Storni o Alejandra Pizarnik.

Precisamente es con esta última con quienes hallamos mayores puntos de comparación especialmente en lo que tiene que ver con la construcción de un discurso desde la marginalidad del ser femenino, desde el eterno segundo plano que tácitamente se va hundiendo más y más en el epíteto del "sexo débil", del nacer condenada a construir su ser poético, social y cultural desde las migajas, desde el revés de la "verdadera" y oficial historia humana.

Y como en Pizarnik, la poética de Muñoz Molina en mucho bebe de un realismo desgarrado, visceral, aparentemente testimonial, que con alarmante frecuencia deja en evidencia el patetismo de nuestro plástico sentido patriarcal y nos hace entender las finas complejidades de una sociedad jamás pensada para ellas, madres, hijas, funcionarias o poetas. "He visitado lugares clandestinos/ y he perdido litros -hora de liquido/ tratando de ser para el resto/ la más convencional de las hembras", dice una jovencísima Muñoz al cerrar su primera publicación, "Ángeles y limusinas", piedra angular para su posterior propuesta escritural y que destaca además por su temprano e innegable oficio y por la coherencia entre la forma y el fondo de su discurso.

En honor a la verdad, convengamos que Muñoz Molina emigró prontamente de Puerto Natales para residir hasta hoy en el norte del país. Dicho antecedente no es menor sobre todo si consideramos que el viejo y pueblerino Natales ochentero sigue siendo cuna para los fantasmas personales de una poeta cuyo destino parece aún estar severa, malditamente anclado a este confín terráqueo tan cabrón como seductor.

Extraído de la Revista El Keltehue Nº 3, dirigida por Miguel Eduardo Bórquez. Puerto Natales Mayo del 2011.


Poemas de Marcela Muñoz Molina

1

Tengo tristeza de la tristeza que vendrá.
De la que ha permanecido
a pesar de los puertos
como un motor de reemplazo.
Seguirán sin duda precipitándose
los enormes chubascos de intranquilidad.
Seguirán precipitándose los vientos y las tormentas
en diferentes escenarios,
aún cuando me quede
hablando solo con las sombras.
Seguirá entrando el sol a escondidas
por debajo de la puerta.
Seguirán inevitablemente cayendo meteoritos
Hasta que se suelten los pliegues
De mi boca lentamente de a gotitas.
Hasta que me revienten los ojos
Como el estallido de las piedras
desde el oscuro fondo de la tierra.

2

Si usted gusta lo invito a cenar.
Comeremos sentados en mis sillas de billetes
rodeando mi mesa de billetes
beberemos mi exquisito vino de billetes
después de degustar mi sensacional
consomé de billetes

luego pasaremos a reposar
en mis exclusivos divanes de billetes
nuestra conversación girará como siempre
en torno al ancho y el largo de los billetes
Ud. en agradecimiento sacará del ojal
algo tan perfumado como un billete
y yo, imaginando una flor, recibiré extasiada
todo el encanto que significa un billete.

En una de tantas vueltas su mano
acariciará mi bien cuidada piel de billetes
y yo responderé a sus insinuaciones
con toda la compostura y el candor de un nuevo billete.
Llegaremos al dormitorio y sobre mi cama
inventaremos una nueva forma de hacer billetes.

Lo más probable que al otro día
Ud. se vista con su elegante traje de billetes
y se despida ofreciéndome en caso de apuro,
uno de sus tantos billetes.

Yo me quedaré suspendida recordando
que al principio, el fuego parecía iluminar
toda la caverna,
los animales salvajes corrían afuera,
sagradamente caía la lluvia
limpiándolo todo.

15

El matrimonio y su lluvia de arroz
las fotos y las madres disimulando
sus caras de alivio.
El matrimonio y la máquina para lavar la ropa
la cama tan grande, los sillones de terciopelo
la cuna, los senos de plástico,
el despertador digital.
El matrimonio, esa casa inmensa
alfombrada completa (incluyendo el jardín)
con agua eléctrica, luz potable
y calefacción artificial.
El matrimonio, una casa inmensa
donde no habita nadie.

16

Al fin y al cabo
fuiste una especie de devastación.
Un calor infernal
unos años de sequía,
la tierra se fue partiendo sin remedio.
Pero ni la luz de tu calor
perdonó a mis ojos sin pupilas.
Y aquella explosión,
que ingenuamente pensé,
había provocado cadenas de radio y televisión
para ser transmitida,
fue apenas vista
por dos o tres hoteles vacíos
hoteles de invierno
con comedores fantasmales
y desayunos con jugo de naranja.

La explosión se diluyó.
Fui por momentos un payaso que sufría convulsiones
dentro de todas las oficinas de pagos de consumo
y encima de todas las fronteras,
mientras tú saltabas amablemente en los techos
de las casas de los ricos.
Y cuando por fin el ruido pasó
y la oscuridad sucumbió,
me descubrí sentada y temblando
con la cabeza entre las rodillas,
como el único sobreviviente agusanado
en esta especie
de zona de desastre.

19

Absolutamente todas las veces
que mordí tu cuello,
fue buscando algún fruto desconocido
para mis largas escaleras de caracol.
En absolutamente todos los lugares
que lamí tus despojos,
fue para encontrar algún motivo
que justifique
la vuelta al mundo de mis huesos.
En tiempos remotos
¡yo estuve aquí!
Sin embargo, ahora sólo soy una luz que se
desliza en el mar.

22

Nosotros, de la corriente que seamos
(hasta de la eléctrica)
tarde o temprano,
encontramos una María Magdalena
para apedrear.
Nosotros,
oramos quizás todo el año
pero un día, sólo por un día,
le pisamos a alguien la cabeza
y escuchamos atentos
como le cruje el cráneo.
Nosotros humanitarios incansables,
de vez en cuando
bombardeamos todas las ciudades
del país del otro
y luego tratamos de revivir
a nuestros soldados.
Todos, fríamente
le hemos comido los ojos
a alguien alguna vez.
Después intentamos justificarnos
y después nos sentamos
y después lloramos.

De su libro El salvavidas lleva mi nombre.
Con prólogo de Enrique Gómez Correa. Punta Arenas 1994.



10 comentarios:

El Comandante dijo...
20:13
 

Acá un poema de Marcela de su libro Puerto Consuelo

ANTE NOTARIO

Si alguien me ha de llevar,
que sea la poesía,
a pesar de sus días de
tristeza,
como una ventana azotada
por la lluvia de invierno.
Si alguien me ha de llevar,
que sea la de siempre,
sin tomar en cuenta
que camina
con las manos amarradas
rendida, pero iluminada.

Si alguien me ha de llevar
que no sea otra,
que un pedazo de mi misma
que no rompa mi círculo,
si al final este camino
tiene una sola orilla.
Si han de llevarme
que sea rumbo al sol,
laberinto de por medio
túnel y tumba
tormenta y oscuridad
y que sea la poesía quien lo haga
madre y verdugo
de mi historia predecible
desde la primera lágrima.
Que sea ella y no otro
ni otra
porque a nadie más pertenezco
y nada más me pertenece
con tanto derecho y tanta claridad.

Que sea ella la que cargue
con mis huesos
como yo he cargado
con su voz en mis oídos,
su movimiento en mis dedos
sus palabras en mi boca.
Que cumpla con su parte del trabajo
que me lleve
donde me tiene que llevar.

El Comandante dijo...
20:49
 

Otro poema de Marcela Muñoz Molina, también de su libro Puerto Consuelo

PUERTO CONSUELO

Hace sólo unas horas,
Tenía 15 años,
Iba a la escuela
Y ni siquiera imaginaba cómo sería la vida.

Caí inocente.

Abrí mis alas cuando sentí
el impulso de volar,
pero no sabía volar.
Eso se sabe, sólo se está
de vuelta en el suelo
y para entonces uno,
ya dejó de ser el mismo.

Veinte años han pasado
en cuestión de horas para mí.
Mis treinta y cinco años
no son una enumeración de días y meses
sino de sucesos,
de intentos de vuelo,
y del resultado final,
que es
éste.

Viviré hasta los setenta años,
quiero tener nietos,
acompañar a mis hijas
en sus alegrías, sus decisiones,
sus dolores,
tomar sus manos en la sala de parto,
cuando la historia se repita
y yo ofrezca cualquier cosa
con tal de aliviarles el dolor de parir.

Quiero decirles después,
que lo hicieron bien,
que son valientes
que sus hijos son hermosos.
Quiero mi casita en Puerto Consuelo
con una ventana grande
que apunte a los canales.

Sentir el olor de la madera
de la mesa
donde cada mañana tomaré mi café,
alimentar a mis gallinas
a eso de las diez
y llevar a mis nietos a la quinta
a cortar lechugas
para el almuerzo.

Quiero contarles historias
que nunca puedan comprobar.

Quiero ser la abuela mágica
que los lleve a volar
sobre la pampa y los cerros
y les cuente cuantos lunares
tenían en el cuerpo sus madres,
repetirles una y otra vez,
lo inteligentes y hermosas que son.
Quiero estar.

Quiero,
en mis próximos treinta y cinco años
no volver a llorar,
a menos que sea
porque el color del paisaje me desborda
y me llena cada poro de la piel,
cada pluma del alma.

Quiero ubicar en otro lugar
de mi escala
la importancia de la Palabra,
respetarla más.
Hasta ahora la he usado
como un salvavidas,
quiero que ella me lleve
a recorrer el mundo,
quiero entregarme a su poder
rendirme a mí destino.
Quiero morir de vieja
en una cama tibia,
sola,
porque en este caso
es lo que corresponde
tranquila.

Quiero dejar mi casa ordenada
y mi ropa lista
mi trenza desarmada.
Mis libros, mis flores,
mis plumas, mis caracoles,
cada uno en su lugar
como si yo amaneciera
al día siguiente.

Sé que aquel que me encuentre
Será quien me ha querido
Lo suficiente,
Como para no llorar.

Hará lo que tiene que hacer.

Y me iré de este mundo
tal como llegué,
como quien cruza un puente
que en mi caso
estaba un poco roto,
y mis hijas no sufrirán
porque su bienestar
será superior a mi ausencia
y mis nietos no sabrán de mi muerte
porque seguirán viéndome en todas partes
todo el tiempo.

Quiero que mis nietos
También aprendan
Que los abuelos nunca mueren.

Y por sobre todo, quiero
en ese minuto crucial
de traspaso de vidas,
realizar el último vuelo
perfecto y sin dolor,
comparar mi conciencia
a la conciencia de los cerros,
y saber que me recibieron,
me enseñaron
y me despidieron,
como se despide a los guerreros
que saben
cual es el lugar correcto
para el descanso final.

Anónimo dijo...
18:28
 

Agradecida de Miguel y de Hugo por traer de vuelta estas palabras que ahora me parecen antiguas por el tiempo y frescas porque la bronca no se me pasa. Si algo importante ha hecho la poesía es unirme a seres que nacieron en otro planeta y los dejaron aquí para contar como se ven las cosas en realidad.

Orgullo y vergüenza por rimar demasiado,
orgullo y vergüenza de nunca rimar...

La patagona desterrada.

Viviana Fuentealba dijo...
13:02
 

Marcela

Tu poesía ha calado hondo en mi sentir, tus palabras se convierten en mi voz y en la de muchas. Agradezco a Hugo y a El Comandante por seleccionar poemas con el acierto de un hermano que abraza en el dolor. Leeré íntegramente tus publicaciones y las compartiré con mis amigas, pues muchas veces nos quedamos mudas, aturdidas, en el silencio y agobio de vivir en la Patagonia, con el destino insoslayable de ver partir a nuestros hijos y quedarnos ancladas en esta tierra que nos negamos a abandonar, simplemente porque la amamos o tal vez es una escusa para disfrazar nuestra cobardía de emprender nuevos rumbos y estar más cerca de los que amamos.
Gracias por nutrirnos con tu poesía

Tremenda la poesía de Marcela!Gracias Hugo por incluir mi modesta reseña. Un abrazo.

Gracias a ti Marcela por todo. Un abrazo Viviana. Gracias poeta Miguel Eduardo Bórquez, diriges una excelente revista como El Keltehue. ¡Enhorabuena!

"Tengo tristeza de la tristeza que vendrá...."
Conocí la poesía de Marcela en este blog y eso se agradece Hugo.

¿cómo obtener sus libros?
Ella es magnífica, magnífica!!!

Un abrazo Beatriz, si sé de algún sitio te lo haré saber. Otro abrazo.

Hola Hugo, otra vez yo por acá. Un amigo me hizo leer el poema 16, lo googleé y llegué a tu casa nuevamente. Me encantaron sus poemas.
Me permitís llevar el 16 a mi blog en los próximos días? Espero que sí. Te dejo un fuerte abrazo. Emma

Hola Emma. Lo que quieras Emma. Un abrazo.