Qué serían ellos sin mí

Qué serían ellos sin mí

En general soy tímido, retraído, hosco. Eso creía. Hasta que un día me invitaron a comer a la casa de los Sepúlveda. Había otra gente allí y me presentaron como El Poeta. Y la gente quiso saber cómo eran los poetas. Les dije que como todo el mundo. Seguí comiendo y me miraban extrañados. Era la época en que llevaba aros, pircing, el pelo mohicano y camisa de seda color indescifrable. Pero no te vistes como todo el mundo dijeron. Bueno tampoco ustedes lo hacen les dije. Gente rica avituallada en Nueva York. Luego de tomar la primera botella del Miguel Torres, conté chismes sobre escritores. Este se acostó con esta. Este le plagió a este. El de más allá ganó una beca, el otro la perdió. Concursos arreglados. Editoriales corruptas. El día que le pegué a Bolaño. Conté chistes. Fui al baño y me caí de bruces. Eso pasó. Al otro día me llamó el dueño de casa, el señor Sepúlveda, contándome que sus amigos lo habían llamado para decirle de lo bien que lo habían pasado. Que ya me llamarían para una nueva velada.
A la semana siguiente me llaman los Pivcevic para una cena con amigos. Te estábamos esperando dijeron apenas llegar media hora atrasado. El gran poeta Hugo Vera Miranda. Encontré la presentación un poco exagerada pero seguí mi derrotero de contar mentiras, cotilleos variados, canté canciones mexicanas, proezas imposibles y mi encuentro en Caracas con Rufino Blanco Fombona. Comida y trago a discreción. Es mentira que allí se come tacañamente. Lo pasé de maravillas. Todos encantados.
Fueron dos invitaciones más las que me convencieron que algo estaba pasando conmigo. Entender que a cierta gente, les encantan los poetas. Que los poetas adornan bastante, que entretienen. Que necesitan a uno de ellos para amenizar sus tertulias. Que lo utilizan para darse corte. Que sin la presencia de uno de ellos, sus veladas serían paralizantes. Se hablaría de tópicos comunes. Conversaciones banales sin estilo. Nadie se emborracharía ni nadie trataría de levantarse a la mujer del Gobernador. Nadie cayendo de bruces rumbo al baño.
Fue así como di comienzo a mi vida de Poeta de compañía. La gente del pueblo pagaba y yo me apersonaba. Llevaba una batería preparada de anécdotas y cuentos sin fin. Descargaba libros de Woody Allen y me los memorizaba. Una noche estuve brillante gracias a Bill Hicks. Otra noche fue la noche de Alejandro Dolina. Ahora gracias a la crisis y que ya no me apetece como antes, he dejado de ganar 100 euros por noche. Extraño las buenas comidas y los buenos vinos. También a las golfas esposas de algunos funcionarios. Eso hasta ayer. Sabedores de mi fama que traspasó fronteras, me han llamado desde La Moncloa. Ya les contaré.


5 comentarios:

Yo quise llevar esa vida. Pero en la primera invitación ¡nadie había leído mi libro!. Me levanté, cogí una pata del pavo y una botella de chanpagne y me marché. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Anónimo dijo...
15:05
 

los Arriagada Sepúlveda?

hasta en el reproche sos poeta querido Hugo, disculpame si te jode q lo diga, pero los calificativos son como los seguros pero sin la mala leche de la palabra contra. eso si, todo bien subjetivo eh!
No decoras ni das corte (salvo que aparezca el puto bono en tu blog), pero cuanta compañia haces hermano, no te das idea cuanta...
de corazon, un saludo.

Oye Riforfo es que lo más importante es que tienes que "producirte". Parecer poeta. Y todo lo demás se os dará por añadidura.
Mr. Grives, un gran gran gran abrazo y que ¡Viva Argentina!

Dany D. dijo...
00:09
 

¡Padre nuestro que estás en los cielos!
Ten piedad de Sepúlveda y perdonalo porque no sabe leer ni sabe lo que dice...