Niño en la escuela

Niño en la escuela


Recuerdo la escuela como una prisión. Cercada por barrotes, celadores y un gran sheriff. Un gran sheriff que oficiaba de Director. Con profesores que comulgaban con cierto despotismo semi-ilustrado. En donde el alumno era un vasallo que debía digerir sus meticulosas enseñanzas. No había lugar para el debate. La discusión o el encuentro. Desde su pedestal de monos parlantes, nos daban clases. No debías contradecirlos. No debías meter las manos en los bolsillos. No debías masticar un chicle. No debías sonreír. No debías hacer preguntas. No debías aflojarte la corbata. No debías hablar con el compañero. No debías estornudar. No debías pedir permiso para ir al baño. No debías estar desatento. No debías pararte. No debías sentarte. No debías gritar. No debías copiar. No debías enojarte. No debías llorar. No debías reír. No debías molestar. No debías molestarte. No debías. Un día un profesor de apellido Riquelme me dijo: "Usted Vera, tendría que haber nacido en la población Los Nogales de Santiago y no en Puerto Natales. Usted tiene pinta de delincuente". Eran estigmatizadores al extremo. Mi delito era mascar chicles y meter mis manos en mis bolsillos traseros. Cuando te pillaban desprevenido te hacían pasar a la pizarra. Ahí comenzaban a zaherirte de lo lindo. Te dejaban en ridículo. Te bastardeaban. Te jodían la vida. Se reían de ti. Te convertían en personaje inolvidable. Fomentaban la delación, el escarnio y el delirio. Hinchados de una autosuficiencia ególatra tomaban a sus alumnos, como pequeños perversos polimorfos, que nunca llegarían a comprender sus sabias enseñanzas. A los desordenados lo sentaban adelante. Ejercer el control. Los acusetes nadaban a sus anchas. Eran los buenos de la prisión. Aún hoy puedo distinguir un acusete en cualquier parte en donde se encuentre. En la presidencia. En un ministerio. En un comandante de avión. Esa sonrisa con ventaja los delata. No los redime. He comprendido, al fin, que lo más importante es desaprender que aprender. Pero a pesar de todo. Pienso que en algo mi profesor Riquelme tenía razón. Sigo teniendo pinta de delincuente. A pesar mío.

4 comentarios:

La aceptación de la vida delincuente implica un sentido de la vida. Varios guiones cinematográficos ensalzan el tema. En una película norteamericana de los noventas (la pasan por cable, no recuerdo el título), el protagonista tiene problemas con su esposa. Entonces una noche -noche neoyorquina de los noventa- sale a buscar una puta que le chupe la pija. Le piden dinerales, lo afanan, lo rompen a castañazos... Cerca de la madrugada consigue una mesera que se conmueve y se encama con él. Entonces él la destripa. Inmediatamente lo meten en cana y lo ponen en una celda compartida con un negro buenazo y grandote. Él le filosofa al negro sobre el porqué del ser humano en la faz de la tierra. El negro lo deja terminar y entonces le dice: "Muy bien. Ahora escuchame: Me vas a chupar la pija y si no me la chupas bien, te mato. OK?". El asesino acepta y comienza un convivio donde se ve al protagonista (se afeita la cabeza y cultiva un mostacho exagerado) conviviendo con el negro y manifestando satisfacción y comprensión del sentido de la vida bajo los auspicios del Estado norteamericano.

Me negué, me negué, me negué.Antes de los 6 años ya me había escapado de tres colegios. Si encontraba una puerta abierta, corría, si veía una ventana abierta, corría, deambulaba, hasta que alguien le avisaba a mis padres y salían a buscarme. Huí, porque me parecía terrible que esos pobres niños se vistieran igual, se sentaran uno detrás del otro, guardaran silencio, agacharan las cabezas.No quería ser uno de ellos. Tenía cinco años y me parecía que algo raro había allí, tengo cuarenta y cinco ahora y sigue habiendo algo raro. Después de tantos escapes y tras una inolvidable discusión sobre mi dificultad para adaptarme, la propuesta de mi madre prosperó. Pasé los próximos doce años en un colegio de monjas, donde hice lo único que se puede hacer cuando eres inocente y caes en prisión. Tratar de ser el mejor o al menos hacer creer eso. Para que te dejen estar en la biblioteca, organizar actividades, enseñarle a leer al que no sabe o le cuesta. Todo, con tal de salir pronto, de no estar ahí en alma, al menos.

Dos cosas aprendí en ese lugar, la primera, es que es más fácil si cada día tiene su afán y la segunda es que dios no existe.

Muñoz Molina.

Básicamente la enseñanza de que bajando la cabeza te va a ir bien. La enseñanza como la conocemos, con ese menester, mas allá de ciencia, historia o física. Gorilas que en su condición, enseñan a que esta mal pararse erguido.

"Con quemaduras vivas
zapateo, me embriago, danzo
me peleo en los rincones
del círculo de la miseria,
con todo respeto."
mio, sin falsa modestia (y viva la pinta de delincuente)