Mi vecina de enfrente o recuérdame en noviembre

Mi vecina de enfrente o recuérdame en noviembre

Por Marcela Muñoz Molina


Voy a contarte sobre mi vecina de enfrente. Es alta, rubia, pálida, sin curvas. Debe tener unos 50 años. La primera vez que la vi pensé que se drogaba con algo, coca pensé. Después pasé a la teoría de la mujer golpeada por el marido, de la depresiva endógena y la que se automedica analgésicos. Es lo que se llama, una neurótica. No tengo claro el diagnóstico. Sus ventanas tienen una especie de malla para los mosquitos y cumplen dos objetivos. Tenerla abierta en invierno y verano, para escuchar y ver a través de ella todo lo que pasa afuera. No importa a qué hora llegues, ella siempre estará detrás de la ventana. Cuando quiero desquitarme, la miro fijo aunque no la veo y la saludo con la mano, inmediatamente escucho un hola, hola cómo te va.

Su preocupación principal es su auto. Estacionado siempre fuera de mi puerta. Vive para ver quién se estaciona detrás o delante de su auto. Si su marido o su hijo lo ocupan, ella queda de guardia cuidando el estacionamiento. Cuando algún inocente aparece y se estaciona allí, los gritos se escuchan en todo la cuadra. Sale de su puesto y amenaza con llamar a carabineros o a seguridad ciudadana porque "no se puede estacionar ahí". Los sábados contrata a un tipo que le lava el auto y que le cuenta todo lo que escucha y ve en las cuadras cercanas.

Su mayor orgullo es su hijo músico. Un tipo de unos treinta años, siempre en musculosa y chaqueta de cuero que los viernes por la noche carga el auto con equipos y estuches de guitarra. El problema con él, es que heredó la necesidad de amplificación de su madre, que cuando ensaya con su banda, también abre todas las ventanas. Son horas y horas escuchando la repetición de mismo estribillo "recuérdame en noviembre" pero cantado como Ricky Martin. Porque le gusta Ricky Martín, tiene la voz parecida a él y en los días que no ensaya, escucha los discos de este cristiano y canta encima de ellos. Más amplificación. Todos los vecinos sabemos que le hubiese gustado ser Ricky Martín, pero sólo es el hijo de la rubia posesa de enfrente.

En dos años, al marido que vive allí, lo he visto dos veces. Ni siquiera tiene las facciones claras, si lo encuentro cuando voy al Súper no lo reconozco. Es un fantasma grisáceo y semi transparente como la malla para los mosquitos. La rubia ya no me saluda porque un día que la Marietta llego a las 4 de la mañana y escuchaba música en el auto, salió a retarla por el ruido. La Marietta le contestó, seguramente, algo que no le gustó. La rubia logra anular toda solidaridad de género.

Simplemente, los demás debemos escuchar sus gritos en el pasaje y los gustos musicales de su hijo, pero ella no tolera nada de eso si viene de la cuadra de enfrente. Mientras escribo esto escucho a seguridad ciudadana que por radio, avisa que llegaron al lugar. Ella llamó nuevamente para denunciar al pobre tipo estacionado fuera de mi puerta, que solo necesitaba bajarse un minuto a entregar un paquete.




Marcela Muñoz Molina: Poeta chilena nacida en Puerto Natales. Ha publicado los libros, Ángeles y limusinas, El salvavidas lleva mi nombre, Poemas para no matar, Puerto Consuelo y Casi todo se estrelló contra la vida corriente.

4 comentarios:

Anónimo dijo...
02:24
 

Marcela Muñoz Molina es lo más grande que hay

está la raja el blog, felicitaciones!
el y artículo que acabo de leer de doña marcdela, excelente.

saludos.

siempre me sale "TN" ¿¿¿¿????

Muy buena descripción de los nunca queridos vecinos...