Vivo en el último piso

Vivo en el último piso


Vivo en el único piso de altura que tiene Puerto Natales. Siete pisos en donde a veces falla el ascensor. Vivo en el último piso en donde todo es complicado. No tengo luz en el baño. Cuatrocientos libros desparramados sobre la mesa. El pestilente olor constante a tabaco malo. El piso sin encerar durante siglos. Rojos cortinados y cuadros variopintos. En el entretecho la vida y la muerte entre gatos y ratones. No sé qué habrá acá cuando yo parta. De seguro estaré por siempre en este piso. En este lugar. Acá fui feliz y desdichado. Fui Tarzán y la Mona Chita. Fui en definitiva lo que nunca deseo que seas. Un marginal en el amplio espectro. Con los bolsillos repletos de fantasmas. Con el pelo enredado en una mata de piojos. En este lugar he matado a las mujeres más hermosas. Con absoluta desidia y placer. En este lugar estudio con ahínco la posibilidad de asaltar un banco. De exterminar la raza humana con una gota de un veneno poderoso. De romper de una vez por todas la falacia de una vida apacible. De toda vida.

En el sexto piso vive una manada de abogados. Diletantes circunspectos entronizados en marabunta y lisonjeras palabrerías inútiles. Fumando todo el tiempo habanos cubanos y dando directrices a blondas secretarias anorgásmicas que leen a Isabel Allende. Tomando whisky añejado quince años y contactándose todo el tiempo con el jefe del cartel de Sinaloa. O de Cali. O de Honduras. Timando a más no poder. Apoderándose de cualquier parcela o resquicio que humillaría al más truhan. Compran y venden minas de cobre, de carbón o de lo que sea. Transfieren dineros a Islas Caimán. Genuflexos con el ministro. Poderosos con el hijo del vecino. Están convencidos que después de la muerte ellos serán necesarios. Que litigarán con Dios y con el Diablo. Que de ellos también dependerá la salvación de tu alma. Solamente necesitarán un código y una corbata. Y millones de palabras que nadie entenderá. Que nadie querrá entender.

En el quinto piso está instalado un prostíbulo. No dejan dormir. Todo el tiempo jarana. La alegría perenne que nunca sirvió para nada. Se canta se baila y el fornicio en su máximo esplendor. Entran y salen grupetes de atolondrados mandarines. Putas dulces infectadas de melancolía vendiendo su culo perfecto a cincuenta denarios. Hombres riendo a boca de jarro y contando chistes espantosos. Música estridente y caderas cimbreantes. La distancia más corta de lo que se ha dado en llamar El Amor. Espejos y luces de colores por sobre las cabezas. Las chicas en el salón y los chicos en tirabuzón. La más dulce con el más bestia. La más tonta con Einstein. El más listo con la pendeja que no completó nada. Y sigue la música. Sigue la fiesta. Lo más caro es el beso. Si me besas son mil euros. Evidentemente siempre ha sido más atrayente un prostíbulo que un colegio de monjas. Aunque la mayoría de las asiladas hayan provenido de un colegio de monjas. El pestilente piso quinto.

En el cuarto piso se encuentran los críticos literarios. Raza inoperante secularmente despreciada. Pasas por allí y no se siente ni un ruido. Como que no existiera nadie. Solo el pestilente olor a naftalina. Silencio absoluto. Significa que están trabajando. Para editoriales. Para un amigo. Para un diario. Aparentan tener más edad de la que realmente tienen. Sobrios al vestir, coléricos al escribir. Se juran ser mejores que Dios y Sábato. Detentan un poder que nadie les otorgó. Se erigen en brujos de la aldea. Su opinión es de vital importancia para el desarrollo humano. Si no fuera por ellos la literatura no existiría. Joyce no sería Joyce. Hemingway no sería nada y Bukowski sería un borracho nacido en Andernach. Ellos te explican lo que quiso decir Rimbaud. Lo que no dijo Celine lo que dejo de decir Carver. Trabajan a destajo. En el piso cuarto siempre se está trabajando. Y uno lo nota. Yo lo noto. Ellos siempre se montan conmigo. Yo paso de ellos y ni siquiera me asomo a su puerta. Me resbalan absolutamente. Un día entraré allí con una catana y luego el silencio. Esta vez sí el silencio para siempre. Corta vida para ellos los implacables dueños de la solapa de un libro.

En el tercer piso viven los políticos. Todos ellos. Los de derecha, los del centro y los de izquierda. Formidables. Un político no se hace, se nace. Seres especiales. Redoble de tambores. Uno muchas veces los ve como seres repugnantes, pero no. Están todo el tiempo dedicados a la gente. Al pueblo. A querer que te vaya bien en todo. Luchan por ti. Quieren lo mejor para tu vida. Incansables. Siempre la palabra adecuada. Te ayudarán a salir de la crisis. Ellos te metieron en la crisis y luego te ayudarán a salir de ella. Con un palabrerío fatuo e inútil te salvarán. Solo piden tu voto. Eso puede significar mucho dinero para ellos. Qué importa. Ellos te salvarán. Tu deberás pagarle. A veces toda una vida. Hasta que se jubilen de no hacer nada. Nada. Vota por ellos. Son los mejores. Para eso recurren al ideal, la pasión y la esgrima. Una dictadura. ¡No volverán nunca más! Para el pueblo lo que es del pueblo. Manga de inútiles de mierda. Seres solapados de contubernios exactos. Que se mueran todos. Mierda total. Cada vez que paso por el piso tercero me dan ganas de matarlos a todos. Y a todas.

En el segundo piso viven los poetas. ¡Vaya mierda! Siempre están a punto de ser publicados. Por Alfaguara o por alguien así. Mondadori. Losada no porque ya no la lleva. Acaban de ganar un premio en el Real certamen de Cuernavaca. De poesía por supuesto. Nicanor Parra está dispuesto a hacerle un prólogo a su último libro. Un sitio de Valladolid hizo un link de su poema de Todo es efímero y cruel, en ese piso viven atiborrados de cerveza, mal vino hediondo barato y vodka-naranja-fanta. Todo el puto día y noche recitando bellos poemas para señoras inclasificables. Engatusando a una musa o muso. Valen cinco y se venden a cien. Participan en mil concursos extraños. Reinas de la tercera edad. Cosas así. En ese piso se huele a alcohol, meado y bosta de vaca. Son los evangelistas de un mundo feliz de la nada. Tergiverso una cita de Buñuel, me gustaría entrar un día en el segundo piso, con una metralleta, matarlos a todos. Luego volverlos a matar.

En el primer piso viven las telefonistas de Movistar, Claro y otras pandemias similares. El cotorreo constante. Trabajan a destajo para liquidarte los tímpanos. También el bolsillo y el alma. Escucho que constantemente dejan esperando a la víctima con una musiquilla infernal. Aunque algunas son lindas, son todas feas. Aunque algunas son gordas, son todas gordas. Aunque algunas son tontas, son todas tontas. Trabajan para algún español o mexicano forrado y gordo de plata. Trabajan las veinticuatro horas del día y todo el año importunando a las víctimas endilgándoles planes macabros. Plan Auto Nuevo. Plan 30 mil a todo coste. Plan Papá te Amo. Si les contestas mal, se vengan, te adhieren a un plan. Si les contestas bien, te adhieren a un plan que nunca pensaste solicitar. Basura cósmica que vino a dar en este planeta y se resisten a partir. Te dejan esperando tus reclamos. Si quieres comunicarte con Sinatra marca 1. Si quieres comunicarte con Bonavena marca 2. Si quieres comunicarte contigo marca 3. Si quieres reclamar por el servicio marca todo. Me gustaría mandarles una paloma mensajera de la paz con una bomba atómica en el pico. Así no se puede vivir.

En la planta baja viven una manada de aduladores. De todo tipo y especie. Entran y salen arrodillados, pateados, basureados. Sí señor. No señor. Pase usted. Lucen impecables, otros no tanto. Siempre esperando partir a algún gabinete, a la presidencia, a la oficina de algún diputado. O de cualquiera que ostente cualquier cargo miserable. Se hacen notar. Viven apiñados. Con la cabeza gacha. Serviles a más no poder. Insoportables bastardos que giran alrededor de una cloaca. Bastardean a los humildes. Rompen papeles en una Notaría frente a una secretaria menor. Con lisonjas o crímenes similares construyen casas aledañas al edificio. Pasan por la vida como una piedra. Adornan sus paredes con libros de madera. Se arrodillan ante el paso de la caravana del Rey. Dominan la pleitesía y abdican el orgullo. Viven satisfechos y su misión en la vida es procrear a otros aduladores que le seguirán en el entuerto. Paso por la planta baja y no lo hago sin vomitar.

5 comentarios:

¡Qué bueno Nicanor Parra! El del segundo piso. Le perdonó a dios todas sus tribulaciones.

Anónimo dijo...
11:06
 

Yo vivía en el sexto, a veces bajaba al segundo. Cada vez con menos frecuencia me visitan los de la planta baja, una vez tomé un café en séptimo, no me volvieron a invitar, no importa, el dueño era un loco.
Hoy paso mis días en el quinto, esperando ver que publican de mi los del cuarto.

Anónimo dijo...
18:43
 

la azotea debe estar llena de caranchos! un abrazo hugo, n.

Por no pasar por adulador, solo le diré, querido amigo, que este texto es magnífico, y el estilo, lacerante. Me encanta. Lo voy a linkar en mi página de facebook, del blog plus ultra. Ya ve, me dejé llevar por la ignominia.

Un abrazo, Hugo
Manuel

Saludos Yoel. Poeta n. Manuel Marcos. Saludos a todo el mundo, menos a ellos.