Hay unos amigos que quieren conocerte me dice Esteban Castro. No es la primera vez que me lo dicen. Estoy hasta las pelotas de gente que quiere conocerme. No sé de dónde viene toda esa mierda de: quieren conocerte. En verdad no soy ninguna celebridad, pero hay gente que quiere conocerme. Siempre me predispongo para lo peor. Y casi siempre es gente maravillosa la que quiere conocerme. En todo sentido. Pero me doy ínfulas. Eso de creerme el mejor poeta de mi calle. O algo así. Definitivamente soy un ser despreciable. Una mierda de tipo. Se los aseguro. Entonces viene Esteban y me dice que hay gente que quiere conocerme. Pienso inmediatamente que debe ser gente que no es de mi pueblo. Extranjeros. Nadie en su sano juicio de por acá, querría conocerme, porque ya me conocen. Saben que soy un ser despreciable. Una mierda de tipo. Luego Esteban me dice que se trata de gente de un bar. A dos cuadras de casa. En calle Valdivia. Pienso que aquello es imposible. He pasado por allí dos o tres veces por día durante años. Imposible que la gente del bar Onde Cuajo, me quiera conocer. El dueño del bar es Jorge Andrade, en su época campeón de box. Viene Jorge y me da un abrazo. Luego su mujer. Luego los parroquianos del bar. Hablamos de lo que corresponde. De mujeres, box, poesía, cuentos y leyendas. Jugamos al Truco. Nos emborrachamos. Luego me calzo los guantes con el dueño del bar. Con el Campeón. Me pega un cross a la mandíbula y me deja knock out. Me despiertan. Abrazo al campeón y le digo que lo quiero. Él me dice: yo también te quiero. Lejos por mucho, lo mejor que me ha pasado en mi puta vida. Ni siquiera comparable de cuando, una noche de farra con Truman Capote, me llevé a la cama a Marilyn Monroe.