rubén massera

rubén massera



mi roommate mejicano

a héctor silva.


Lo había visto por primera vez hacía dos años, en mi segundo viaje a Nueva York. Me había parecido tan bello que cuando le vi en el brazo un lunar velludo, me dije: "Tiene allí concentrada toda su fealdad, que la gente lleva generalmente repartida, para poder ser perfectamente bello", con esa complacencia lírica que le hace decir a uno tantas pavadas, porque cuando lo conocí mejor le encontré varias imperfecciones y su lunar, precisamente, fue un lugar de su cuerpo que no hubiera desdeñado acariciar.
Nos volvimos a encontrar. Me reconoció inmediatamente a pesar de que me había visto una sola vez y creer yo que ni me había mirado. Pero sí me había mirado y ahora solos y huérfanos en Nueva York, nos sonreíamos el uno al otro. Huérfanos de distinta manera: yo con dinero y desolación; él, sin desolación ni dinero. Vino a vivir conmigo sin vacilar. Era muy extraño al principio estar en esa situación de intimidad con alguien que me era, después de todo, desconocido, salvo por su belleza que no dejé nunca de llevar conmigo en algún rincón del corazón. Pues bien, allí estaba delante de mí: desnudo, desconocido, ya amado. No tardé en conocerlo. Hablábamos mucho, como hacen los viajeros que comparten un cuarto. Me explicaba sobre karate. A mi el karate no me interesaba o, mejor dicho, no me había interesado hasta ese momento o, mejor ficho todavía, me interesaba el karate encarnado en su cuerpo. Parecía un bailarín lleno de fuerza. Una vez tiró un puntapié a la pared recién pintada y su dedo gordo quedó allí marcado. Yo me dije: "Cuando se haya ido voy a besar la marca". No lo hice, claro, ahora que se fue, porque el beso sucedió entonces en ese pensamiento. Podría volver a besarla, por supuesto, pero, ¿quién puede crear en sí el ánimo de ceremonia necesario, sobre todo estando solo?
Y luego lo conocí más todavía: de vez en cuando se tiraba pedos. Eso es una cosa que yo nunca pude soportar, ni la palabra siquiera. Yo tengo gases como el que más, pero me los guardo para mí solo, como si no hubiera perdón en esta tierra para ellos. Pues él se tiraba pedos sonoros que llenaban todo el cuarto. Yo me pregunté: "¿Me molesta?" Y no pude contestarme. Nada me molestaba en él realmente y más tarde me dije: "Si alguna vez a mí se me escapara un pedo, ya estaría perdonado por los pedos de él". Y una vez dijo al tiempo que se tiraba un pedo y hacía un movimiento de karate:
-Este es un pedo karateda.
Y a mí me pareció hermoso, me pareció que justificaba con arte todo lo que existía, los pedos incluso.
Estaba ilegalmente en el país desde hacía cinco años y quería volver a México desde hacía cinco años. Nunca podía hacer más dinero que el imprescindible para comer y dormía en cualquier parte. Una mañana le pregunté:
-¿Quieres que te preste dinero para volverte?
Ahora que lo había encontrado, que el aire de Nueva York se había más tibio le pregunté:
-¿Quieres que te preste dinero para volverte?
Y él lo aceptó. ¿Por qué no iba a aceptarlo? Había vivido en la calle desde niño y había aprendido a recibir lo que el mundo le daba.
Comenzó a contarme los proyectos que tenía para cuando volviera a México. Todos lo condenaban al anonimato y ninguno lo rescataba de la pobreza; los emprendía lleno de alegría no obstante. A mí eso me lo volvía ten misterioso que sentí que me alejaba tanto de él como la distancia que dentro de poco nos separaría. Pero me miró de pronto y volvió a sorprenderme cuánto me veía, porque me dijo las palabras de despedida más bellas que haya escuchado:
Lo que pasa contigo, Rubén, es que tienes fantasmas del pasado. Yo tengo fantasmas del futuro y sé que en el futuro me espera mucho amor.
Y se fue, y yo me quedé aquí en Nueva York, sin besar la huella del dedo gordo de su pie.

2 comentarios:

Hugo. ¿De dónde lo sacaste a Rubén? ¿De mí?
Ruben fue nuestro gran tercer amigo entre el Chileno y yo. Fuimos inolvidables. Ruben era una maravilla humana y qué pedagogo humano. Héctor era una bestia cruda. Eran dos hombres de aspecto desagradable que se amaban a las trompadas, al hurto. El día que Sebreli los conoció en una casa tomada de la Boca, quedó loco.
En fin... Me agarraste por sorpresa.
¿De cuando es este post?

Hola Yoel ¿recuerdas ese lotecito de revistas Crisis que te compré? Bueno, allí lo encontré. Me encantó este relato y lo publiqué. Esto fue en el 2006. Todavía no habíamos retomado el contacto. Un abrazo.